Page 359 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
XXIII
Del diario del doctor Seward
de octubre. El tiempo nos pareció extremadamente
3 largo, mientras esperábamos a lord Godalming y a
Quincey Morris. El profesor trataba de mantenernos
distraídos, utilizando nuestras mentes sin descan
so. Comprendí perfectamente cuál era el benéfico
objetivo que perseguía con ello, por las miradas que lanzaba de
vez en cuando a Harker. El pobre hombre está abrumado por
una tristeza que da dolor. Anoche era un hombre franco, de as
pecto alegre, de rostro joven y fuerte, lleno de energía y con el
cabello de color castaño oscuro. Hoy, parece un anciano maci
lento y enjuto, cuyo cabello blanco se adapta muy bien a sus
ojos brillantes y profundamente hundidos en sus cuencas y con
sus rasgos faciales marcados por el dolor. Su energía permane
ce todavía intacta, en realidad, es como una llama viva. Eso
puede ser todavía su salvación, puesto que, si todo sale bien, le
hará remontar el período de desesperación; entonces, en cierto
modo, volverá a despertar a las realidades de la vida. ¡Pobre
tipo! Pensaba que mi propia desesperación y mis problemas
eran suficientemente graves; pero, ¡esto…! El profesor lo com
prende perfectamente y está haciendo todo lo que está en su
mano por mantenerlo activo. Lo que estaba diciendo era, bajo
las circunstancias, de un interés extraordinario. Estas fueron
más o menos sus palabras:
—He estado estudiando, de manera sistemática y repe
tida, desde que llegaron a mis manos, todos los documentos
relativos a ese monstruo, y cuanto más lo he examinado tanto
mayor me parece la necesidad de borrarlo de la faz de la tierra.
En todos los papeles hay señales de su progreso; no solamente
de su poder, sino también de su conocimiento de ello. Como
supe, por las investigaciones de mi amigo Arminius de Budapest,
era, en vida, un hombre extraordinario. Soldado, estadista y
alquimista..., cuyos conocimientos se encontraban entre los más
desarrollados de su época. Poseía una mente poderosa, cono
cimientos incomparables y un corazón que no conocía el temor
ni el remordimiento. Se permitió incluso asistir a la Escoloman
cia, y no hubo ninguna rama del saber de su tiempo que no hu
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