Page 364 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
siquiera levantar una mano para tratar de detenerlo. Había algo
tan felino en el movimiento, algo tan inhumano, que pareció des
pertarnos a todos del choque que nos había producido su llega
da. El primero en entrar en acción fue Harker, que, con un rápido
movimiento, se colocó ante la puerta que conducía a la habita
ción del frente de la casa. Cuando el conde nos vio, una especie
de siniestro gesto burlón apareció en su rostro, descubriendo
sus largos y puntiagudos colmillos; pero su maligna sonrisa se
desvaneció rápidamente, siendo reemplazada por una expresión
fría de profundo desdén. Su expresión volvió a cambiar cuando,
todos juntos, avanzamos hacia él. Era una lástima que no hubié
ramos tenido tiempo de preparar algún buen plan de ataque,
puesto que en ese mismo momento me pregunté qué era lo que
íbamos a hacer. No estaba convencido en absoluto de si nues
tras armas letales nos protegerían. Evidentemente, Harker esta
ba dispuesto a ensayar, puesto que preparó su gran cuchillo
kukri y le lanzó al conde un tajo terrible. El golpe era poderoso;
solamente la velocidad diabólica de desplazamiento del conde le
permitió salir con bien.
Un segundo más y la hoja cortante le hubiera atravesado
el corazón. En realidad, la punta sólo cortó el tejido de su cha
queta, abriendo un enorme agujero por el que salieron un mon
tón de billetes de banco y un chorro de monedas de oro. La ex
presión del rostro del conde era tan infernal que durante un mo
mento temí por Harker, aunque él estaba ya dispuesto a descar
gar otra cuchillada. Instintivamente, avancé, con un impulso
protector, manteniendo el crucifijo y la Sagrada Hostia en la
mano izquierda. Sentí que un gran poder corría por mi brazo y
no me sorprendí al ver al monstruo que retrocedía ante el movi
miento similar que habían hecho todos y cada uno de mis ami
gos. Sería imposible describir la expresión de odio y terrible ma
lignidad, de ira y rabia infernales, que apareció en el rostro del
conde. Su piel cerúlea se hizo verde amarillenta, por contraste
con sus ojos rojos y ardientes, y la roja cicatriz que tenía en la
frente resaltaba fuertemente, como una herida abierta y palpitan
te. Un instante después, con un movimiento sinuoso, pasó bajo
el brazo armado de Harker, antes de que pudiera éste descargar
su golpe, recogió un puñado del dinero que estaba en el suelo,
atravesó la habitación y se lanzó contra una de las ventanas.
Entre el tintineo de los cristales rotos, cayó al patio, bajo la ven
tana. En medio del ruido de los cristales rotos, alcancé a oír el
ruido que hacían varios soberanos al caer al suelo, sobre el as
falto.
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