Page 367 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
momento en que Harker se había lanzado sobre el conde, con
tanta decisión, se asió con fuerza del brazo de su marido y per
maneció así, como si sujetándole el brazo pudiera protegerlo
contra cualquier peligro que hubiera podido correr. Sin embargo,
no dijo nada, hasta que la narración estuvo terminada y cuando
ya estaba al corriente de todo lo ocurrido hasta aquel preciso
momento, entonces, sin soltar la mano de su esposo, se puso en
pie y nos habló. No tengo palabras para dar una idea de la es
cena. Aquella mujer extraordinaria, dulce y buena, con toda la
radiante belleza de su juventud y su animación, con la cicatriz
rojiza en su frente, de la que estaba consciente y que nosotros
veíamos apretando los dientes... al recordar dónde, cuándo y
cómo había ocurrido todo; su adorable amabilidad que se levan
taba contra nuestro odio siniestro; su fe tierna contra todos nues
tros temores y dudas. Y sabíamos que, hasta donde llegaban los
símbolos, con toda su bondad, su pureza y su fe, estaba sepa
rada de Dios.
—Jonathan —dijo, y la palabra pareció ser música, por
el gran amor y la ternura que puso en ella—, mi querido Jonat
han y todos ustedes, mis maravillosos amigos, quiero que ten
gan en cuenta algo durante todo este tiempo terrible. Sé que
tienen que luchar..., que deben destruir incluso, como destruye
ron a la falsa Lucy, para que la verdadera pudiera vivir después;
pero no es una obra del odio. Esa pobre alma que nos ha cau
sado tanto daño, es el caso más triste de todos. Imaginen uste
des cuál será su alegría cuando él también sea destruido en su
peor parte, para que la mejor pueda gozar de la inmortalidad
espiritual. Deben tener también piedad de él, aun cuando esa
piedad no debe impedir que sus manos lleven a cabo su des
trucción.
Mientras hablaba, pude ver que el rostro de su marido se
obscurecía y se ponía tenso, como si la pasión que lo consumía
estuviera destruyendo todo su ser.
Instintivamente, su esposa le apretó todavía más la
mano, hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Ella no
parpadeó siquiera a causa del dolor que, estoy seguro, debía
estar sufriendo, sino que lo miró con ojos más suplicantes que
nunca. Cuando ella dejó de hablar, su esposo se puso en pie
bruscamente, arrancando casi su mano de la de ella, y dijo:
—¡Qué Dios me lo ponga en las manos durante el tiem
po suficiente para destrozar su vida terrenal, que es lo que es
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