Page 370 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         Me levanté cautelosamente y, cruzando la habitación,
                  abrí la puerta sin hacer ruido.
                         Cruzado ante el umbral, tendido en un colchón, estaba el
                  señor Morris, completamente despierto. Levantó una mano, para
                  imponerme silencio, y me susurró:
                         —¡Silencio! Vuelva a acostarse; no pasa nada. Uno de
                  nosotros va a permanecer aquí durante toda la noche. ¡No que
                  remos correr ningún riesgo!
                         Su expresión y su gesto impedían toda discusión, de
                  modo que volví a acostarme y le dije a Mina lo que sucedía. Ella
                  suspiró y la sombra de una sonrisa apareció en su rostro pálido,
                  al tiempo que me rodeaba con sus brazos y me decía suave
                  mente:
                         —¡Oh, doy gracias a Dios, por todos los hombres bue
                  nos!
                         Dio un suspiro y volvió a acostarse de espaldas, para
                  tratar de volver a dormirse.
                         Escribo esto ahora porque no tengo sueño, aunque voy
                  a tratar también de dormirme.


                         4 de octubre, por la mañana. Mina me despertó otra vez
                  en el transcurso de la noche. Esta vez, habíamos dormido bien
                  los dos, ya que las luces del amanecer iluminaban ya las venta
                  nas débilmente, y la lamparita de gas era como un punto, más
                  que como un disco de luz.
                         —Vete a buscar al profesor —me dijo apresuradamen
                  te—. Quiero verlo enseguida.

                         —¿Por qué? —le pregunté.
                         —Tengo una idea. Supongo que debe habérseme ocu
                  rrido durante la noche, y que ha madurado sin darme cuenta de
                  ello. Debe hipnotizarme antes del amanecer, y entonces podré
                  hablar. Date prisa, querido; ya no queda mucho tiempo.
                         Me dirigí a la puerta, y vi al doctor Seward que estaba
                  tendido sobre el colchón y que, al verme, se puso en pie de un
                  salto.

                         —¿Sucede algo malo? —me preguntó, alarmado.




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