Page 373 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         —¿Qué está usted haciendo?

                         —Estoy inmóvil; absolutamente inmóvil. ¡Es algo como
                  la muerte!
                         La voz se apagó, convirtiéndose en un profundo suspiro,
                  como de alguien que está dormido, y los ojos se le volvieron a
                  cerrar.
                         Pero esta vez el sol se había elevado ya y nos encon
                  tramos todos en plena luz del día. El doctor van Helsing colocó
                  sus manos sobre los hombros de Mina, e hizo que su cabeza
                  reposara suavemente en las almohadas. Ella permaneció duran
                  te unos momentos como una niña dormida y, luego, con un largo
                  suspiro, despertó y se extrañó mucho al vernos a todos reunidos
                  en torno a ella.
                         —¿He hablado en sueños? —fue todo lo que dijo.
                         Sin embargo, parecía conocer la situación, sin hablar,
                  puesto que se sentía ansiosa por saber qué había dicho. El pro
                  fesor le repitió la conversación, y Mina le dijo:
                         —Entonces, no hay tiempo que perder. ¡Es posible que
                  no sea todavía demasiado tarde!
                         El señor Morris y lord Godalming se dirigieron hacia la
                  puerta, pero la voz tranquila del profesor los llamó y los hizo
                  regresar sobre sus pasos:
                         —Quédense, amigos míos. Ese barco, dondequiera que
                  se encuentre, estaba levando anclas mientras hablaba la señora.
                  Hay muchos barcos levando anclas en este momento, en su
                  gran puerto de Londres. ¿Cuál de ellos buscamos? Gracias a
                  Dios que volvemos a tener indicios, aunque no sepamos adónde
                  nos conducen. Hemos estado en cierto modo ciegos, de una
                  manera muy humana, ¡puesto que al mirar atrás, vemos lo que
                  hubiéramos podido ver al mirar hacia adelante, si hubiéramos
                  sido capaces de ver lo que era posible ver! ¡Vaya! ¡Esa frase es
                  un rompecabezas!, ¿no es así? Podemos comprender ahora qué
                  estaba pensando el conde cuando recogió el dinero, cuando el
                  cuchillo esgrimido con rabia por Jonathan lo puso en un peligro
                  al que todavía teme. Quería huir. ¡Escúchenme: HUIR! Com
                  prendió que con una sola caja de tierra a su disposición y un
                  grupo de hombres persiguiéndolo como los perros a un zorro,
                  Londres no era un lugar muy saludable para él. ¡Adelante!, como
                  diría nuestro amigo Arthur, al ponerse su casaca roja para la




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