Page 368 - Drácula
P. 368

Drácula de Bram Stoker


                  tamos tratando de hacer! ¡Si además de eso puedo enviar su
                  alma al infierno ardiente por toda la eternidad, lo haré gustoso!
                         —¡Oh, basta, basta! ¡En el nombre de Dios, no digas ta
                  les cosas!, Jonathan, esposo mío, o harás que me desplome,
                  víctima del miedo y del horror. Piensa sólo, querido…; yo he
                  estado pensando en ello durante todo este largo día..., que qui
                  zá... algún día... yo también puedo necesitar esa piedad, y que
                  alguien como tú, con las mismas causas para odiarme, puede
                  negármela. ¡Oh, esposo mío! ¡Mi querido Jonathan! Hubiera
                  querido evitarte ese pensamiento si hubiera habido otro modo,
                  pero suplico a Dios que no tome en cuenta tus palabras y que
                  las considere como el lamento de un hombre que ama y que
                  tiene el corazón destrozado. ¡Oh, Dios mío! ¡Deja que sus po
                  bres cabellos blancos sean una prueba de todo lo que ha sufri
                  do, él que en toda su vida no ha hecho daño a nadie, y sobre el
                  que se han acumulado tantas tristezas!
                         Todos los hombres presentes teníamos ya los ojos lle
                  nos de lágrimas. No pudimos resistir, y lloramos abiertamente.
                  Ella también lloró al ver que sus dulces consejos habían preva
                  lecido. Su esposo se arrodilló a su lado y, rodeándola con sus
                  brazos, escondió el rostro en los vuelos de su vestido. Van Hel
                  sing nos hizo una seña y salimos todos dela habitación, dejando
                  a aquellos dos corazones amantes a solas con su Dios.
                         Antes de que se retiraran a sus habitaciones, el profesor
                  preparó la habitación para protegerla de cualquier incursión del
                  vampiro, y le aseguró a la señora Harker que podía descansar
                  en paz. Ella trató de convencerse de ello y, para calmar a su
                  esposo, aparentó estar contenta. Era una lucha valerosa y quie
                  ro creer que no careció de recompensa. Van Helsing había colo
                  cado cerca de ellos una campana que cualquiera de ellos debía
                  hacer sonar en caso de que se produjera cualquier eventualidad.
                  Cuando se retiraron, Quincey, Godalming y yo acordamos que
                  debíamos permanecer en vela, repartiéndonos la noche entre los
                  tres, para vigilar a la pobre dama y custodiar su seguridad. La
                  primera guardia le correspondió a Quincey, de modo que el resto
                  de nosotros debía acostarse tan pronto como fuera posible. Go
                  dalming se ha acostado ya, debido a que él tiene el segundo
                  turno de guardia. Ahora que he terminado mi trabajo, yo también
                  tengo que acostarme.








                                             367
   363   364   365   366   367   368   369   370   371   372   373