Page 356 - Drácula
P. 356
Drácula de Bram Stoker
La saludé con la mano y le dirigí un signo de asentimien
to para darle a entender que nuestro trabajo allí había concluido
satisfactoriamente. Ella me hizo una señal en respuesta, para
indicarme que había comprendido. Lo último que vi de ella fue
que me saludaba con la mano. Buscamos la estación con el
corazón lleno de tristeza y tomamos el tren apresuradamente,
debido a que para cuando llegamos ya estaba junto al andén de
la estación, disponiéndose a ponerse nuevamente en marcha.
He escrito todo esto en el tren.
Piccadilly, las doce y media en punto. Poco antes de que
llegáramos a Fenchurch Street, lord Godalming me dijo:
—Quincey y yo vamos a buscar un cerrajero. Será mejor
que no venga usted con nosotros, por si se presenta alguna
dificultad, ya que, en las circunstancias actuales, no sería dema
siado malo para nosotros el irrumpir en una casa desocupada.
Pero usted es abogado, y la Incorporated Law Society puede
decirle que debía haber sabido a qué atenerse.
Yo protesté, porque no deseaba dejar de compartir con
ellos ningún peligro, pero él continuó diciendo:
—Además, atraeremos mucho menos la atención si no
somos demasiados. Mi título me ayudará mucho para contratar
al cerrajero y para entendérmelas con cualquier policía que pue
da encontrarse en las cercanías. Será mejor que vaya usted con
Jack y el profesor y que se queden en Green Park, en algún
lugar desde el que puedan ver la casa, y cuando vean que la
puerta ha sido abierta y que el cerrajero se ha ido, acudan. Los
estaremos esperando y les abriremos la puerta en cuanto lle
guen.
—¡El consejo es bueno! —dijo van Helsing.
Por consiguiente no discutimos más del asunto. Godal
ming y Morris se adelantaron en un coche de alquiler y los de
más los seguimos en otro. En la esquina de Arlington Street,
nuestro grupo descendió del vehículo y nos internamos en
Green Park.
Mi corazón latió con fuerza cuando vi la casa en que es
taban centradas nuestras esperanzas y que sobresalía, siniestra
y silenciosa, en condiciones de abandono, entre los edificios
más alegres y llenos de vida del vecindario. Nos sentamos en un
banco, a la vista de la casa y comenzamos a fumar unos ciga
rros puros, con el fin de atraer lo menos posible la atención. Los
355