Page 51 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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ni más ni menos que Pablito Sustos, el hijo del carnicero.


               —¡No me muerdas! —fue lo primero que dijo el niño.


               —¿Por qué te voy a morder?


               —Dicen que tienes rabia y que muerdes a la gente —murmuró Pablito.


               —¡Qué tontería! —Edmunda se molestó—. Me ves cara de bestia ¿o qué?


               La niña se acomodó los pelos enmarañados y se sacudió su cochinísimo vestido,
               era evidente que algunas manchas eran más antiguas que ella misma.


               —¿Y bien…? Además de interrumpirme ¿qué haces aquí? —gruñó Edmunda
               cuando terminó de ponerse salivita en los raspones.


               —Lo mismo que tú —confesó Pablito—, estoy espiando.

               —¿Y eso por qué?


               —Descubrí algo muy raro en los fantasmas.


               —¿Raro por qué o qué?


               Pablito se puso muy nervioso y en ese momento escucharon un ruido, los dos
               corrieron a ocultarse tras los arbustos. Apareció el hombrecillo fornido que
               ayudaba a don Carmelo. Pasó al lado del carromato y se detuvo, había
               descubierto la rama con la que Edmunda abrió las tablas del carricoche para
               espiar. El hombrecillo apretó la quijada tan fuerte que se escuchó un tronido.


               —Debemos irnos —sugirió Edmunda que ya imaginaba una escena en donde los
               puños del hombrecillo y sus respectivas caras serían los protagonistas.


               Como Pablito estaba paralizado, Edmunda tuvo que hacerlo reaccionar con dos
               puntapiés y después salieron corriendo a toda velocidad. Se detuvieron hasta
               llegar a los restos de la vieja hacienda minera.


               El lugar llevaba años abandonado, todos los muros tenían agujeros y en muchas
               partes el techo de teja se había derrumbado. Los dos niños entraron a un patio
               interior y se sentaron no muy lejos del viejo pozo, hogar de Eutimio Arizpe, el
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