Page 55 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Para buscar más pistas entraron a las casas que estaban abiertas, todo parecía

               normal, es decir, como si los dueños hubieran salido un momento antes. Había
               ropa en las mesas al lado de las planchas de carbón, trastos sucios en la pileta y
               botas de montar junto a la puerta, pero no había rastro de ningún ser viviente.
               Entraron a una casa de dos pisos, según Pablito pertenecía al hombre más rico de
               Casillas. De pronto, Edmunda se quedó mirando la pared y por la palidez de su
               cara, Pablito se dio cuenta de que estaban frente a algo importante.


               En la pared había un daguerrotipo, o fotografía, donde se veía a una niña
               sonriente con sus padres. La niña de rizos rubios era idéntica al espectromex
               modelo Rosa Brisa que había adquirido la familia del carbonero. Y además, el
               padre era igual a uno de los vaqueros Billy Dakota de don Toribio, y la mamá era
               exacta a la Delia Dulce que tocaba el piano en la mercería de doña Pepa.


               De alguna manera se habían convertido en fantasmas todos los habitantes de
               Casillas. Pablito Bustos tenía razón.


               —Te lo dije, te lo dije… —repitió el niño a punto de un ataque inminente de
               asma.


               —Sí, es cierto —aceptó Edmunda dominando su propio miedo—. Pero además
               de gente, falta algo más…


               Pablito miró a su alrededor, incapaz de descifrar a lo que se refería Edmunda. Al
               niño le estaba temblando la mejilla izquierda y tenía calambres en el pie derecho.


               —No veo nada… —gimió.


               —Exactamente, ya te diste cuenta —asintió Edmunda—. No hay nada de valor,
               fíjate, no hay relojes, ni cubiertos, ni candelabros, ni manteles y creo que no
               hallaremos ni una muela chapada en oro.


               —¿Y eso qué tiene que ver con los fantasmas? —preguntó Pablito aturdido.

               Edmunda suspiró, ¿por qué los niños cuando se asustan dejan de pensar? Poco a
               poco fue uniendo las pistas…


               —Don Carmelo vende los fantasmas tan baratos porque al final se queda con
               todo.
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