Page 59 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—No tengo hambre —confesé al recordar la mugrienta bacinilla donde hallé la

               bolsa con la dichosa fruta.

               —Es una lástima, porque en verdad saben deliciosas —suspiró mi tío—.
               Además quitan el asco, el mareo y son tan dulces que pueden llegar a cambiar el

               carácter de las personas. Su cocinera vivía en Puebla, fue tan famosa que su vida
               aún se enseña a los estudiantes de gastronomía, como una macabra advertencia
               sobre el poder de los alimentos…


               —Yo pagué por el final de la historia de Edmunda y Pablito —señalé antes de
               que el tío se arrancara hablando sobre postres milagrosos y cocineros fantasmas.

               —Y voy a contártela, tal como quedamos —aseguró sonriendo divertido—.

               Veamos, si mal no recuerdo, Inmunda Pérez y Pablito Sustos fueron al pueblo de
               Casillas. Hicieron más de cinco horas de camino…

               —Eso ya lo contaste —le recordé—. También me dijiste que al llegar

               descubrieron que el vendedor, don Carmelo, había convertido en fantasmas a
               todos los pobladores de Casillas para quitarles sus pertenencias y después
               venderlos.


               —¿Y te dije lo que encontraron Edmunda y Pablito al volver a su pueblo?

               —No, eso no… Justo ahí te quedaste.


               —Muy bien, entonces escucha y horrorízate…
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