Page 63 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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mandado construir para la gran foto.
La gente corrió, hubo pellizcos, rasguños y hasta mordiscos para escoger los
mejores sitios, entonces un grito retumbó por la plaza:
—¡Huyan! ¡Están a punto de caer en una gran trampa!
Los habitantes miraron a todas direcciones, intentando adivinar de dónde
provenía la voz. Entonces alguien los señaló. Encima del campanario de la
iglesia estaban esa niña salvaje, la que llamaban Inmunda Pérez y un niño
flaquísimo temblando como hoja.
—¿Pablito… hijo? —exclamó sorprendido don Toribio.
—Don Carmelo no hará duplicados fantasmales —explicó Edmunda—. Los va a
convertir en fantasmas de verdad, va a robarles el alma.
La gente murmuró confundida: “¿Qué dice la niña?” .
—Algo de caer en una rana —dijo un viejo.
—No, no, que van a robarnos la cama —corrigió una señora.
Y es que Edmunda se había equivocado en dos cosas. Primero: no consideró la
pésima acústica del lugar, entre los murmullos y el atronador zumbido de la
máquina, apenas se oían sus advertencias.
—Enséñales los daguerrotipos que encontramos en Casillas —le pidió Edmunda
a Pablito—. Así entenderán de lo que hablamos.
El niño hurgó en el fondo del morral, pero en ese momento se dieron cuenta del
segundo error. No habían cerrado la puerta de la torre.
—Cuidado, ¡atrás de ti! —gritó Pablito.
Edmunda se giró y vio al hombre fornido. Tal vez era muy bajo, pero su
diminuta estatura la compensaba con una fuerza descomunal. De un solo salto
llegó frente a los niños.
Los habitantes de Rincón de Garnica no entendían qué estaba pasando y se