Page 66 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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fiestas, bautizos…
—¡Corran, escapen…! —gritaba el niño.
Era muy raro, pero por primera vez Pablito se sintió bien. Estaba a más de veinte
metros de altura ¡y no se acordaba de sus alergias ni de sus fobias! ¿Así se
sentían los héroes? El orgullo era una bonita sensación.
Por desgracia no duró mucho. La plazoleta se cimbró con un tronido
acompañado con un gran resplandor verdoso. Pablito sintió un dolor en el pecho,
fue como si miles de agujas lo traspasaran. Edmunda vio a don Carmelo
empuñando la palanca de la máquina de daguerrotipos.
Pablito ni siquiera pudo decir pío, sus manos ya no tenían fuerza, se soltó de la
cruz de hierro y cayó al vacío.
Todos gritaron, incluyendo Edmunda. Ya casi podía ver a su amigo convertido
en puré, pero sucedió algo aún más horrible. Pablito nunca llegó al suelo, se
detuvo a unos tres metros en el aire. Su piel tomó un color de óxido y miles de
grietas cruzaron su rostro, brazos, pecho… Y entonces, frente a la mirada de
todos, el niño se desmigajó en una nube de polvo. Olía muy raro, como a cebolla
con vinagre.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó don Toribio desesperado.
—Allí… allí está —respondió una voz horrorizada.
—Eso no es un niño… —murmuró alguien más—. Es un…
Cuando se disipó la polvadera todos pudieron ver flotando en el aire al fantasma
de Pablito Bustos, transparente, convertido en una débil sombra de vapor.
Los habitantes no necesitaban presenciar más muestras de conversiones
fantasmagóricas, todos huyeron y algunos fueron alcanzados por un disparo
fotográfico, de manera instantánea nuevos fantasmas con cara de susto ocuparon
su lugar.
No hay que explicar mucho si digo que a partir de ese momento al pueblo de
Rincón de Garnica se le acabó la diversión. Los expectromex que antes eran toda
dulzura y obediencia se rebelaron contra sus dueños, algunos fueron muy crueles