Page 67 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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como los pretendientes de la solterona Ágata Ordóñez, que en lugar de lanzarle

               besos y poemas, le dieron arañazos y cachetadas. El pobre Sinforoso nunca pudo
               hacer su cuarteto de fantasmas pues los fantasmas violinistas lo amarraron con
               las cuerdas de los instrumentos. El espectro Fulana Mengana aporreó a la viuda
               Valderrama y al panadero, para después, encerrarlos en roperos separados.


               Muchos habitantes corrieron a esconderse bajo la cama, en alacenas y hasta en
               cestos de ropa sucia, otros excavaron túneles para salir, todo fue inútil. Los
               espectromex vigilaban siempre, por aire, por tierra y hasta por debajo de la
               tierra; cuando atrapaban a alguien lo enviaban a los viejos graneros, donde los
               convertían en prisioneros.


               En medio de este caos, Edmunda corría de un escondite a otro y hacía esfuerzos
               para no llorar, se sentía culpable por no haber salvado al pueblo, y lo que era
               peor, no haber ayudado a Pablito, su único amigo. ¡Pobrecito!, él, que tanto
               miedo le tenía a todo ¡ahora estaba convertido en espectro!


               El niño, o lo que quedaba de él, fue trasladado junto con otros nuevos fantasmas
               cerca de los carromatos de don Carmelo, allí lo ataron a un árbol, flotaba como
               un triste papalote. Al parecer los espectros recién convertidos eran débiles y
               torpes, pues Pablito tenía la misma mirada boba de los huachinangos recién
               hervidos y no parecía reaccionar ante nada, ni siquiera cuando su padre, don
               Toribio, se acercó a él.


               —De haber sabido que terminarías así, no me hubiera importado que fueras una
               gallina con todo y plumas —dijo bañado en lágrimas.


               Edmunda esperó a que se marchara el padre arrepentido para acercarse a su
               amigo. Se veía tan pálido, tan flaco, vamos, tan espectral.


               —¡Qué lástima que fallamos! —suspiró Edmunda con tristeza—. Dicen que
               mañana por la noche nos convertirán a todos en fantasmas… pero al menos
               estaremos juntos.


               Entonces Pablito hizo algo extrañísimo, comenzó a moverse muy lentamente,
               estiró su mano y la dirigió al Norte.


               Edmunda estaba desconcertada. Pablito, desde su prisión de ectoplasma luchaba
               por decirle algo, pero ¿qué?
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