Page 62 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Edmunda reconoció que el salvamento sería muy difícil, para empezar ¿quién les

               creería? Los dos tenían muy mala reputación: Inmunda Pérez y Pablito Sustos.
               Una niña salvaje y el otro más miedoso que un conejo. Además quién se iba a
               tragar el cuento de que don Carmelo recorría los pueblos friendo personas con su
               maquinilla para luego envasarlos como fantasmas y venderlos.


               —Tal vez nos crean si les enseñamos esto. —Pablito escarbó en su pequeño
               morral—. Las tomé cuando estuvimos en Casillas.


               El niño mostró fotografías de la familia de la niña rubia, además de la foto de
               una orquesta de pueblo, de una boda…

               Edmunda reconoció que con eso podrían demostrar que los espectromex habían

               sido gente real y después convertida en espectros de feria.

               —A pesar de estar tan flaco creo que sí te llega sangre al cerebro —admitió la
               niña.


               Y también a la cara pues Pablito se ruborizó.


               Pero no había tiempo para iniciar romances cursis. Los dos niños debían darse
               prisa y aprovechar que la gente se iba a reunir en la plazuela del pueblo, allí
               revelarían la verdad antes de que don Carmelo empezara el convertidero de
               fantasmas.


               Ajenos a la trampa, los habitantes de Rincón de Garnica eran los seres más
               felices de la Tierra y planetas cercanos. En la plaza todos presumían el peinado
               más alto, el vestido más brillante, la cicatriz más nauseabunda y las antenas más

               reales… de los disfraces, claro. El fornido ayudante de don Carmelo los recibió
               tomándoles el nombre y a cambio repartía etiquetas: Bruno Bruma, Nidia
               Niebla, Griselda Gruño, Luli Llorosa. La gente lo interpretó como una muestra
               del genio de don Carmelo. ¡Sus réplicas quedarían igualitas a un espectromex de
               verdad!


               Mientras tanto, don Carmelo Illescas y Frías terminaba de montar su máquina de
               daguerrotipos en medio de la plaza. El enorme trasto parecía hervir por dentro y
               los conductos de cristal emitían chorros de vapor verdoso. Se oía como una
               locomotora.


               —Pasen a tomar sus lugares. —Señaló unas gradas de madera que había
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