Page 73 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—¿Qué está pasando aquí? —gritó don Carmelo al ver al ejército de fantasmas

               reunido en la plaza—. ¡Regresen a sus lugares! —Pero los espectros estaban
               fuera del hechizo de obediencia y recordaban todo, sus apellidos, su color
               favorito, el nombre de sus hijos y por supuesto, al responsable de todo. Los
               fantasmas le dirigieron a don Carmelo una mirada tan penetrante como para asar
               un pollo.


               Sin perder tiempo, el vendedor sacó un librito apolillado y en voz alta leyó frases
               en un misterioso idioma que parecía el maullido de un gato. Quién sabe si era el
               famoso lenguaje secreto; pero no funcionó.


               A don Carmelo le tembló el bigotito del susto y por primera vez perdió la raya de
               su peinado. Entonces hizo una desesperada seña a su fornido ayudante quien dio
               un paso al frente, dispuesto a defender a su patrón.


               La pelea entre el hombrecito y los espectromex duró exactamente un minuto,
               cuarenta y tres segundos. Nada pudo hacer el fornido ayudante para apresar los
               cuerpos sin cuerpo de los fantasmas, en cambio ellos sí se desquitaron. Un Billy
               Dakota lo ató con su propio lazo, otro Gino Galán lo inmovilizó con las
               boleadoras y finalmente Rosa Brisa, la niña rubia, le dio dos patadas en los
               riñones.


               —¿Y don Carmelo? —preguntó don Sinforoso, alarmado.


               —No se ve por ninguna parte —exclamó la viuda Valderrama.


               Todos los presentes, vivos y fantasmas empezaron a buscar con la mirada, hasta
               que la señorita Ágata Ordóñez gritó:


               —¡Está entrando en el templo!

               —¡Tras él! —ordenó don Toribio. Apenas en un minuto, los pobladores y los

               espectromex rodearon la pequeña iglesia. El atronador repique de las campanas
               de plata anunciaba la venganza.

               Unos instantes después, Edmunda llegó hasta el árbol donde se encontraba

               Pablito. A los primeros tañidos el niño espectral salió de su pasmo.

               —Pablito, soy yo, Edmunda… ¿Estás bien? Edmunda se arrepintió de haber
               hecho una pregunta tan impertinente.
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