Page 78 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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gente con una agonía lentísima, que duraba años… Hasta ese momento lo
entendí.
—¿Qué cosa?
—Ya no podía ser la guardiana de los guajes. Y es que desde un comienzo había
decidido proteger a los fantasmas para que nadie hiciera mal uso de ellos, por
eso se los llevó de Rincón de Garnica, y después, cuando supo que estaba
enferma se dedicó a repartir los guajes a las personas que consideraba buenas y
honorables, yo, claro, fallé a sus expectativas.
—Pero no entiendo… —medité en voz alta—. ¿Cómo fue que ahora tienes todos
los guajes?
—Los fui reuniendo en el transcurso de mi carrera. Algunos los encontré en
tiendas de antigüedades, otros en mercados, algunos en boticas y muchos los
saqué de viejos desvanes. Ya me sentía preparado y decidí retomar la misión de
Edmunda, ser guardián de los fantasmas hasta que se evaporen. Y si pones
atención, aún se escuchan suspiros dentro de ellos…
Me mostró un guaje muy pequeño, aunque estaba maltratado y descarapelado
aún podía verse al frente el dibujo de un niño delgado con enormes ojos negros.
Era sin duda Pablito Bustos.
—Qué triste —suspiré sintiendo hormigueo en la panza—. Tanto Edmunda
como Pablito tuvieron un final horrible…
—Pero Tito, ¿qué esperabas? —respingó mi tío— ¿qué se casaran y tuvieran
muchos hijitos? Es una historia de horror, de eso se trata. Los finales felices son
un invento del cine, están pensados para que los espectadores coman más
palomitas.
Reí ante la ocurrencia.
—Es la pura verdad —remarcó mi tío, muy serio—. Todo está estudiado en
laboratorios especiales. Por ejemplo, cada vez que los protagonistas se dan un
beso la gente bebe más refresco de manzana o de cola, depende del ángulo del
beso, naturalmente. Casi todas las estrellas de cine tienen un convenio secreto
con las refresqueras… Por cierto, eso me recuerda aquella historia de una actriz
que vendió su alma al diablo para triunfar como cómica de teatro, te sorprendería