Page 80 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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HISTORIAS DE A PESO Y DE A TOSTÓN 1ª PARTE






               DESPUÉS DEL ASUNTO de los guajes fantasmales, mis padres perdieron los
               nervios, la salud, algo de dinero y los ánimos por vivir otra experiencia
               sobrenatural, pero a mí me sucedió justo lo contrario, me asusté mucho, sí, pero
               también fui muy feliz. Tal vez suene extraño después del desastre que causé,
               pero era verdad, gracias a mi mascota espectral y a la historia de Edmunda, había
               vivido los mejores días de mi aburrida existencia.


               Desde ese momento supe que no hay nada mejor en la vida que sentir un fuerte
               escalofrío bajando por la espalda y el delicioso hormigueo en el cuello que pone
               los cabellos de punta. El miedo es algo realmente placentero, despeja el ánimo,
               alerta los sentidos y mejora la circulación de la sangre. No tenía ninguna duda,

               había encontrado la profesión que ejercería el resto de mi vida: comerciante de
               historias espectrales. Me propuse conseguir las mejores leyendas terroríficas y
               vender los cuentos macabros a gente que supiera disfrutarlos como yo.


               Mis padres tomaron muy mal la noticia, tenían la ilusión de que fuera médico,
               ingeniero civil, tal vez hasta militar, pero ¿comerciante de historias de horror?

               —Eso no es un oficio —me reclamó mi padre, ya plenamente recuperado y con

               su sombra entera—. Eso es de gente ociosa, de vagos.

               —Te vas a morir de hambre —se quejó mi madre, preocupada—. Si te gustan las
               letras mejor hazte telegrafista. Es casi lo mismo…


               Con semejantes sugerencias, preferí callarme y mis padres respiraron aliviados.
               Meses más tarde, mi padre me inscribió en una Escuela de Comercio de
               Fresnillo para que estudiara para contador. Yo acepté, no porque me importara

               mucho el interesantísimo mundo de las cuentas bancarias, sino porque era la
               oportunidad para comenzar con mis propios planes.


               Se supone que todos los días salía a Fresnillo para asistir a la escuela de
               contadores, pero la realidad es que me iba a trabajar como comerciante de
               historias de horror. Tomaba el tren, pero me bajaba antes, en Chalchihuites,
               Mazapa y Cabeza de Borrego, pequeños pueblos y rancherías aledañas a
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