Page 76 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Pablito colocándose detrás del aparato.


               Y sin perder tiempo, Pablito bajó la palanca y un enorme resplandor verdoso
               iluminó la plazuela. Los diecisiete Carmelos Illescas permanecieron impasibles
               excepto uno, el único que tenía un alma que perder.


               El verdadero Carmelo Illescas se encontraba muy cerca, resultó ser el que
               llevaba un maletín de cuero. Lanzó un grito desgarrador, en apenas un par de
               segundos toda su piel, cabello y ropa se tornaron arena fina que se dispersó en un

               remolino con olor a cebolla con vinagre, dejando en su lugar una sombra de sí
               mismo, un pálido fantasma.

               La gente aplaudió, los sentimentales enjuagaron lagrimitas y los despistados, que

               nunca faltan, preguntaron qué había pasado. Pablito y Edmunda recibieron
               felicitaciones por su valentía. Y así fue como todo terminó. La celebración fue
               muy corta y es que los pobladores de Rincón de Garnica siempre han sido muy
               discretos, sobre todo cuando se trata de ocultar algún error. Así que a partir de
               esa semana se decidió no hablar del asunto y olvidarlo lo más rápidamente
               posible.


               Los espectromex volvieron a sus guajes hasta esperar la evaporación, de ningún
               modo querían seguir trabajando de sirvientes ni de atracción de feria (y para ser
               sinceros, el sonido de las campanas ya les estaba dando jaqueca). Así pues, los
               guajes se amontonaron en una bóveda del templo hasta que años después,
               alguien pensó en venderlos como curiosidad turística. Antes de que sucediera,
               todos los guajes desaparecieron. Ocurrió el mismo día en que se marchó
               Edmunda del pueblo. No la volvieron a ver, cosa que a nadie preocupó, había
               regresado la tranquilidad al pueblo y no querían verse envueltos en más
               escándalos.


               Lo único interesante que pasó en Rincón de Garnica en los siguientes veinte
               años fue que la viuda Valderrama terminó su romance con el panadero para
               casarse con el hombrecito fornido que, ya reformado, se había convertido en
               herrero.


               En fin, todo salió bien, excepto una cosa: en todo el alboroto se les olvidó
               hacerle su homenaje al espectro Eutimio Arizpe, que del coraje nunca volvió a
               dar consejos. Y si un día se te ocurre pasar por el pozo, ten cuidado, todavía
               acostumbra lanzar piedras a los desprevenidos que se le acercan.
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