Page 75 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—¡Está en la fuente! —aseguró la señorita Ágata.


               Pero ese fue apenas el inicio, muy pronto comenzaron a salir más réplicas de
               Carmelo Illescas de las ventanas de las casas, de un callejón, hasta del horno de
               la panadería.


               Nadie sabía qué hacer, en total sumaron diecisiete Carmelos Illescas fugándose a
               la vez y todos ellos en distintas direcciones. No todos eran iguales, uno llevaba
               un sombrero, otro cargaba un maletín, uno más traía una gran bolsa, alguno más

               caminaba tranquilamente ayudado por un bastón… ¿Cuál era el verdadero?

               Era evidente que don Carmelo tenía preparado un fantástico plan de emergencia
               para situaciones como esa: ¡usar réplicas!


               —¡Qué no escape! —gritó don Sinforoso desesperado.


               La gente se dividió por grupos, pero cuando llegaban con un Carmelo Illescas
               para apresarlo, se topaban con un hombre hecho de neblina.


               Los Carmelos comenzaron a reír, divertidos. La risa se desparramó por toda la
               plazuela.


               —Se está burlando de nosotros —aseguró don Toribio, ya fatigado.


               —Deja la burla —replicó el panadero—. Se va a escapar. ¡ Jamás podremos
               atrapar al verdadero!


               —¡Yo lo encontraré! —gritó una decidida voz.


               Todos se giraron para ver al valiente que sostenía dicha afirmación, era…


               —¿Hijo? —preguntó don Toribio.

               La gente le abrió el paso a Pablito Bustos, no se había visto tan gallardo nunca
               en su vida, bueno… ni en su muerte.


               Detrás de él venía la niña rara, Inmunda Pérez, arrastrando la máquina de
               daguerrotipos.


               —Solo hay una manera de descubrir cuál Carmelo es el de verdad —afirmó
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