Page 74 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—Considerando que soy un fantasma, estoy bien —respondió Pablito de manera
campechana.
¡Uf!, al menos el niño aún no tenía la boca sellada, suspiró Edmunda.
—Me preocupé mucho —reconoció la niña—, pensé que ahora, así como
estás… tendrías miedo.
—La verdad es que no —aseguró Pablito—. ¿Cómo puedo tener miedo si yo
mismo soy un fantasma? Eso les toca a los demás. Además, adivina… ¡Tampoco
tengo alergias! ¡Ya no estornudo!
Edmunda sonrió con tristeza, claro, su amigo ya no tenía nariz propiamente
dicha, sino una de fantasma que se parece a la anterior pero ni huele, ni
estornuda, ni nada.
Edmunda prefirió cambiar a un tema más alegre:
—Al fin detuvimos a don Carmelo Illescas —reveló feliz—. Los expectromex lo
atraparon en el templo.
—No puede ser —replicó Pablito—. Acabo de verlo, vino a sacar unas cosas del
carromato.
—Pero… —Edmunda dudó—. Si no es don Carmelo ¿entonces quién está en la
iglesia?
Cuando la turba fantasmal traspasó los muros del templo se encontró con un
escuálido espectromex vestido con un traje de catrín y bigotitos relamidos. En
efecto, se parecía a don Carmelo Illescas, pero definitivamente no era el original.
Al revisarlo a detalle, la copia fantasmal demostró ser más moreno y bajo de
estatura, además de tener las orejas bien selladas con cera para no despertar con
ninguna campana de plata.
—¡Allá va don Carmelo! —gritó la viuda Valderrama—, ¡por aquel tejado!
—No. ¡Está cruzando la plazuela! —dijo el panadero.
—¡Se escapa por los graneros! —aseguró don Sinforoso.