Page 81 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Sombrerete. Mi intención era buscar unas buenas historias de terror, como las

               que siempre se cuentan en los pueblitos. Mi mecánica era simple, llegaba a la
               plaza, elegía una banca y ponía un letrero:





                                   SE COMPRAN HISTORIAS DE ESPANTOS


                                       VERDADERAMENTE ESPANTOSAS.






               Al principio la gente del pueblo debió de pensar que estaba loco, pero como
               supieron que pagaba (poco, pero algo), se me acercaron en masa. Mi política
               siempre ha sido que las historias deben ser verídicas o al menos, basadas en un
               hecho real, además prometí que si me presentaban una prueba como un zombi
               muertito y coleando, o el trozo de cadena que arrastra un espectro, pagaría el
               doble.


               Claro, cometí bastantes errores al principio, compraba el relato de acuerdo con
               los minutos de duración y me di cuenta que había personas que para relatar un
               encuentro con un espanto me contaban de paso toda su vida, la del vecino, la de
               los perros del vecino y las de las pulgas del perro del vecino. Desde entonces
               decidí pagar por calidad y no por cantidad. Descubrí que hay relatos
               interesantísimos de veinte segundos, que valen más que ocho horas de detalles

               acerca de la verruga del muerto.

               Así pues, en esas primeras semanas comencé a reunir una notable colección de

               historias de horror, algunas tan tradicionales como la de la Siguanaba, la mujer
               con cara de caballo, o aquella del clásico fantasma que cuida un tesoro de la
               Revolución. Descubrí que todas las lagunas tienen su propio fantasma y que la
               Llorona tiene más sucursales que un banco, pero también escuché algunos de los
               más horripilantes relatos sobre zicayas, mujeres buitre de la Sierra del Pinacate
               que sorben la mollera de los niños. Un hombre de Sinaloa me habló de los
               espíritus que habitan el interior de los cactos, y me enteré de fantásticos pueblos
               en Durango que se sumergen enteritos en la arena para aparecer en el otro lado
               del mundo.


               Ya era muy conocido en las poblaciones cercanas e incluso algunas personas
               venían de lejos a venderme sus relatos, sin embargo, fue precisamente la fama la
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