Page 88 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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El chico rompió los juguetes cuando se cansó de ellos y exigió que le hicieran

               cinco pasteles diferentes para ver cuál le gustaba, como no le agradó ninguno,
               los tiró sobre la cocinera “solo para calmar los nervios”, aseguró.

               Entonces, al día siguiente apareció una tercera mancha en el cuello. Armandito

               se puso contento pues eso significaba que podría seguir pidiendo carretas
               repletas de juguetes y además ahora exigiría de mascota un pavo real, el
               pajarraco en sí no le interesaba gran cosa, pero podía quitarle las plumas para
               jugar a los indios; entonces sucedió algo muy curioso.


               Al ver la tercera mancha de su hijo, doña Remigia se descosió en llanto y
               desconsolada se encerró en su habitación. Armandito se molestó muchísimo, ya
               se había imaginado con sus nuevos regalos. Fue a tocar furioso al cuarto de su
               madre y escuchó lastimeros gemidos, era tanta la pena de la mujer, que no podía
               siquiera atender a su hijo.


               Armandito estaba furioso y comenzó a hacer una lista de cosas que necesitaría
               para que su mala madre obtuviera su perdón, y entre más tiempo pasaba, su
               indignación crecía. La lista ya incluía quinientos pesos de oro y un bote pesquero
               para uso personal. Entonces ocurrió algo que a Armandito le pareció un golpe de
               suerte: justo en ese momento entró a la casa don Alonso Argumosa, su padre.
               Venía de paso por el puerto mientras visitaba unos ingenios de Poza Rica.


               Para Armandito fue la salvación. Normalmente su padre lo consentía igual o más
               que su madre y aunque tenía prohibido decir algo sobre las manchas, el niño
               pensó que no podía desaprovechar la dorada oportunidad para hacer una gran
               escena.


               Don Alonso se escandalizó en cuanto vio a su hijo con una venda en el cuello. El
               niño no sentía ningún tipo de dolor, pero de inmediato puso su mejor cara de
               mártir.


               —Me siento tan mal —lloriqueó—, y mi mamá que no me hace caso.


               —Enséñame de inmediato qué tienes ahí —exigió don Alonso.


               —No es nada, se lastimó jugando —dijo sorpresivamente doña Remigia
               entrando al salón a toda prisa.


               La mujer tenía los cabellos revueltos y los ojos tan rojos que los párpados
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