Page 89 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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parecían salchichas cocidas. Intentó tomar al niño y alejarlo de ahí, pero don

               Alonso ordenó:

               —Tráelo aquí, quiero revisarlo.


               —No es nada —repitió Remigia—. El niño no sabe lo que dice.


               —Quítate tu pijama ahora mismo —ordenó don Alonso a su hijo con expresión
               severa.


               Doña Remigia se soltó a llorar y Armandito obedeció un poco asustado por el
               tono de su padre. Nunca le había hablado de esa manera. De inmediato modificó
               mentalmente la lista de regalos para remediar la ofensa, calculó que serían unos
               mil pesos de oro y no un bote pesquero, sino un barco de vapor.


               Armandito se quedó en calzoncillos y todos pudieron ver que con la tercera
               mancha del cuello le habían aparecido unos granos blancos en las piernas y en
               los brazos, mientras que en el estómago se notaba una red de venas azules.


               —¿Por qué no me lo dijiste antes? —Don Alonso miró de manera terrible a su
               mujer—. Sabes lo que ocurrió con Cristina.


               Armandito recordó los últimos días de su hermana, durante su enfermedad no lo
               dejaron entrar a su habitación hasta que una noche se realizó el apresurado
               funeral.


               Armandito se olvidó de las listas de caprichos y se preocupó en verdad, ¿era algo
               que había comido? ¿El mono le había trasmitido una enfermedad? ¿Era la
               famosa gripe polaca? Se imaginó en cama, envuelto en fiebre, era una imagen
               que no podía soportar, pero aún faltaba la peor noticia del día.


               —Voy a llevarlo con su abuela —anunció don Alonso—. Solo ella podrá
               atenderlo. Lo sabes bien.


               Doña Remigia asintió sonándose estrepitosamente la nariz.


               Armandito casi se desmaya al escuchar la noticia. Todos los niños están
               acostumbrados a abuelitas dulces y cariñosas, pero Petra Argumosa era una
               mujer delgadísima y tan dura como una barreta de acero, portaba siempre un
               vestido marrón que solo le dejaba al descubierto las manos y el rostro
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