Page 93 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—Le voy a decir a mis padres que me saquen de aquí, usted está loca —fue lo
primero que le dijo a su abuela por la mañana.
—Puedes decir lo que quieras, no me importa —aseguró la vieja—. Quítate la
camisa porque te voy a hacer la curación.
Armandito no se movió y la mujer desabotonó la camisa. En una bandeja traía
un brebaje humeante que olía a alquitrán.
—Tengo sed —se quejó el niño.
—Te advertí que hasta que no terminaras la comida no te traería más.
—Pero eso no es comida. —Armandito señaló los restos del líquido verdoso del
día anterior.
—Sirve para tu recuperación —remarcó la abuela.
—Quiero agua, solo agua, si no tomo un vaso con agua moriré.
—Ya verás que no —aseguró la vieja.
Armandito estaba furioso, entonces soltó una pregunta que le quemaba la lengua:
—¿Quién gritaba anoche?
Por primera vez, Armandito creyó ver una expresión en el rostro de su abuela, un
movimiento involuntario en una mejilla, ¿se había puesto nerviosa?
—Nadie —dijo la vieja rápidamente—. En esta casa no hay nadie más que
nosotros y mi sirvienta.
—Pero escuché algo en la madrugada —insistió Armandito—. Afuera y aquí
mismo, en el pasillo, alguien lloraba.
—Estarías soñando —aseguró la abuela que tenía en la mano un esparadrapo
empapado de un líquido amarillento y muy viscoso, lo acercó al cuello de
Armandito y avisó—: Va a doler.
El niño sintió un dolor agudo que le cruzaba el cuerpo, como una espada de hielo
que despegaba los huesos. El dolor fue tan intenso que se desmayó.