Page 98 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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murmullo bajo las escaleras, gemidos en el ático…


               Finalmente, después de perderse un par de veces más, encontró la puerta de la
               entrada, al lado estaba la vieja ama de llaves.


               —Has cometido el peor error de tu vida —le dijo la mujer.


               Armandito cruzó la puerta. Afuera sintió el sol tan intenso que parecía aceite
               hirviendo. Siguió corriendo por el jardín, sin detenerse, sin mirar para atrás,
               llegó hasta un pequeño río y se sumergió en él.


               Sintió un tremendo alivio, la picazón de la piel cesó, bebió toda el agua que pudo
               y se deslizó suavemente en el agua el resto del día. En el transcurso mordió las
               sogas hasta quedar libre, en algunas ocasiones salió del río para comer algunas
               frutas que veía al paso, como mangos y plátanos e inmediatamente después se
               volvía a sumergir en el río. El contacto con el agua lo aliviaba enormemente.
               Justo cuando comenzó a anochecer sintió de nuevo el terrible escozor de los

               rayos de sol y se sumergió en el lecho del río. Se sorprendió de la cantidad de
               tiempo que pudo permanecer reteniendo la respiración.

               Cuando se hizo de noche, Armandito salió a tierra firme, sin la luz del día

               soportaba perfectamente el calor de la selva. Fue entonces cuando se miró el
               cuerpo, todos los espadrapos se le habían caído y su piel estaba pálida e
               inflamada, en algunas partes había grietas tan enormes que podía meter la punta
               del dedo; extrañamente no sentía ningún dolor. Horrorizado pensó en la lepra,
               una vez escuchó el caso de un muchacho a quien se le cayó la nariz con un
               estornudo.


               Tenía que llegar a su casa y pedirle ayuda a sus padres. Caminó por las brechas
               poco transitadas, cruzando la selva, a veces se detenía para mirarse a la luz de la
               luna, su piel era cada vez más ceniza, inflamada y para colmo, el cabello se le
               caía a manojos. Intentó consolarse pensando en que ya encontraría un remedio
               para combatir los conjuros de la abuela.


               Tardó tres horas en llegar a la finca de la familia Argumosa. La casona estaba
               hundida en las tinieblas. El portón permanecía cerrado con gruesas cadenas y un
               enorme crespón negro al frente hacía la visión aún más desoladora.


               Justo al lado de la puerta, dormitaba un viejecillo con sombrero de ala ancha,
               Armandito reconoció a don Cirilo, trabajaba desde hacía muchos años como
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