Page 97 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
P. 97
un caldero hirviendo. La garganta se le cerró, estaba cegado, sentía lumbre en los
ojos. La voz de la abuela, lenta y viscosa, lo envolvió como telaraña…
—¿Cuándo vas a aprender a comportarte ? —preguntó doña Petra cuando
Armandito abrió los ojos.
El niño se encontraba de nuevo en la habitación, las ventanas habían sido
tapiadas otra vez, seguía con las manos atadas y la abuela terminaba de vendarle
una pierna. Estaba cubierto de espadrapos.
—¿Qué me hizo? —preguntó asustado.
—Yo nada, fue la luz del sol, te hace daño y tu enfermedad no permite recibir
directamente los rayos ni del amanecer, ni del ocaso. Podrías haber muerto.
—Yo no tenía nada de eso cuando llegué aquí —recordó Armandito y decidió
enfrentarse a la vieja—. ¡Usted es quien me está enfermando!
—Sin mis cuidados estarías mucho peor —aseguró la abuela.
—Quiero ver a mis padres, quiero irme de aquí —repitió Armandito—. ¡Usted
quiere sorberme la vida!
La abuela, impasible, terminó de vendarle un brazo.
—Ya no habrá más comida para ti —dijo con sequedad y se levantó—. Si
vuelves a hacer una tontería, tendré que castigarte.
¿Castigarlo? El niño no podía creer lo que oía, ¿qué acaso todo aquello no era un
castigo? Tenía que salir para decirle a sus padres la verdad, lo que la anciana
había hecho con los demás nietos, tenía que desquitarse. Miró a su lado, sobre la
mesilla estaba la lámpara de petróleo y sin pensarlo empujó el mueble.
Las lenguas de fuego se extendieron rápidamente por toda la habitación, la
abuela intentó apagar las llamas, y el fuego saltó a su propio vestido. Doña Petra
lanzó un grito espantoso, un gruñido animal.
El niño corrió por la casa buscando una salida, escuchó los pasos de su abuela
tras él, alguien gritó desde otra habitación, vio cómo algunas puertas se
estremecían violentamente, había alguien o algo llamándolo en un pasillo, un