Page 94 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Despertó en la cama, tenía puesta una bata de dormir y el cuerpo cubierto de

               vendas empapadas con el pegajoso líquido.

               Armandito ya no pensó en el asco que le producía su aspecto, ni siquiera tenía en
               mente la lista de juguetes, pasteles o pavo reales, en realidad solo se conformaba

               con un poco de agua, hubiera dado lo que fuera, hasta su colección de
               novecientos soldaditos de plomo. La sed era tan espantosa que la lengua le sabía
               a trapo sucio, le dolían los ojos y las articulaciones.


               Se acercó a la charola de comida del día anterior, aún estaba el resto de la masa
               negruzca, intentó darle un bocado, pero el sabor era tan amargo que le
               lagrimearon los ojos, volcó el plato de un puntapié.


               Fue entonces cuando pensó escapar. No podía permanecer más tiempo en ese
               sitio, estaba seguro de que moriría. Su plan era bastante sencillo, pero confió en
               que iba a funcionar.


               Se colocó al lado de la puerta esperando la siguiente visita de la abuela, y justo
               cuando entró para hacer la curación de la noche, Armandito le golpeó la cabeza
               con el bacín. El niño corrió a toda prisa por el oscurísimo pasillo, en su carrera
               rompió varios jarrones, se golpeó las rodillas con muebles y tiró cuadros de las
               paredes.


               Lo invadió una angustia espantosa cuando se dio cuenta de que estaba perdido
               en la inmensa casa. ¿Había subido por la escalera de la izquierda o de la
               derecha? ¿Cómo es que había llegado a ese pasillo forrado con tapiz verde? Si
               tan solo hubiera una ventana que no estuviera tapiada.


               Decidió que mientras encontraba una salida, tenía que hacer dos cosas: conseguir
               algo de beber y esconderse. Lo primero fue imposible, en toda la casa no había
               una palangana disponible, ni siquiera floreros con agua. Fue más fácil encontrar
               un escondite, descubrió una alacena bajo una escalera. Cuando se acostumbró a
               la oscuridad pudo vislumbrar algo. Era muy extraño.


               Montones de maletas, unas treinta, algunas estaban abiertas y contenían ropa y
               objetos de niño. Armandito vio un tren de latón que le resultó familiar, lo aferró
               contra su pecho. No pudo continuar con la inspección porque lo detuvo un ruido.


               Armandito no estaba solo, claramente escuchó un resoplido cerca, era una
               respiración entrecortada por sibilantes gorgoteos. Dio unos pasos atrás buscando
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