Page 96 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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pensamiento: la abuela mandaba una especie de conjuro para ocasionar

               enfermedades a los nietos, luego se ofrecía a cuidarlos y cuando los tenía en su
               poder les sorbía la vida, para prolongar su propia y espantosa existencia.

               El primo Sebastián estaba muerto, segurito la voz que escuchó era la de su alma

               atormentada. Y el grito del jardín era el de otro primo más, estaba claro, en toda
               la casa flotaban espíritus errantes de los nietos. Armandito tenía que salir antes
               de que le que ocurriera lo mismo. Lo que aún no se explicaba era por qué los
               padres no sospechaban o… en dado caso, ¿por qué lo permitían?


               Miró de nuevo sus manos aprisionadas, no podría escapar por la puerta, era muy
               arriesgado volverse a perder en el interior de la casa, entonces miró la ventana y
               tuvo una idea: quitaría las tablas. Buscó por todas partes algo que pudiera usar
               como herramienta y lo único que halló fue la charola de la comida, era de metal.


               Usó la charola a modo de palanca y poco a poco fue aflojando los clavos, tardó
               mucho pues estaba demasiado débil, a veces se detenía cuando le parecía oír un
               ruido, los pasos de la abuela, un sollozo lejano, el grito ahogado en el patio.


               Después de unas horas consiguió quitar una tabla. Se sorprendió al ver el
               exterior, había perdido la noción del tiempo, era de madrugada en la selva y la
               claridad del cielo anunciaba el amanecer.


               Sacó la cabeza y una pierna; mientras luchaba por cruzar el resto cuerpo, se
               detuvo horrorizado, ahí, en medio del jardín, entre los matorrales vio que alguien
               lo observaba.


               Era Cristina, su difunta hermana.


               Se veía muy delgada, su piel tenía un matiz amarillento y vestía una horrenda
               túnica de harapos. Sus brazos eran flaquísimos y tan extrañamente largos que
               asemejaban ramas, además los ojos estaban completamente negros, como los de
               ciertos insectos. La imagen era tan repulsiva que hacía llorar. Armandito estaba
               segurísimo de que se trataba de un fantasma.


               Cristina lo miró, parecía que le iba a decir algo cuando se detuvo, inquieta miró
               al cielo y desapareció con la rapidez de un ciervo que vislumbra al cazador.


               Armandito salió a toda prisa de la ventana y llamó a su hermana sin éxito,
               entonces comenzó a sentir un calor terrible, era como si su piel se sumergiera en
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