Page 91 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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vidrio—. Tienes prohibido salir de tu habitación, te traeré la comida y te haré las
curaciones, te portarás bien, nada de escenas, entre más tranquilo estés será
mejor para los dos, ya lo verás. Hay un bacín debajo de la cama, si tienes sed te
la aguantas porque es parte de tu tratamiento, no puedes beber agua.
Armandito estaba furioso y se puso más cuando se quedó solo y dio un vistazo a
lo que sería su habitación, ¡su cuarto de juguetes en Veracruz era tres veces más
grande! Además la cama no tenía los seis almohadones de pluma de ganso a los
que estaba acostumbrado, ¡ni siquiera las sábanas eran de seda malaya! ¿Qué
querían? ¿Matarlo de incomodidad? Iba a pedir además que le trajeran otro
tapete, porque ese era tan corriente que le picaba la nariz, pero el colmo, el
cuarto tenía las ventanas tapiadas también con tablones, definitivamente no lo
aceptaría, ¡era tan deprimente! La única luz la proporcionaba una lánguida
lámpara de petróleo.
Armandito iba mandar llamar a la criada para que le quitara los zapatos cuando
se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave.
No era posible, pensó el niño, lo habían encerrado como si tuviera la peste, y
solo por unas manchitas rosas, bueno, ahora tenían un color más opaco, casi gris.
¿Serían contagiosas? ¿Por eso sus padres lo habían alejado?
Armandito se soltó a llorar, estaba bastante acostumbrado a hacerlo así que no le
costó trabajo, aunque estas lágrimas sí eran de verdad y se le amargó la boca.
Eso resultó peor porque sintió una sed terrible.
Cuando se cansó de llorar comenzó a aporrear la puerta, después llamó a gritos a
su abuela para que lo sacara de ahí y le diera agua; como nadie le hizo caso, se
enfureció tanto que pateó los muebles, rompió una mesilla, destripó los dos
cojines y hasta desgarró las sábanas. Casi tres horas después escuchó que por fin
se abría la puerta, era su abuela, traía una charola con comida. Se detuvo en el
quicio y miró el desastre.
—Ni te molestes en llamar la atención —dijo con su voz de zombi—. Estamos al
otro lado de la casa y nadie puede oírte, así que ten cuidado con no volcar la
lámpara y causar un incendio, porque te carbonizarías sin que nadie se entere.
—No puedo estar en esta pocilga —resopló Armandito temblando de rabia.
—Ya te acostumbrarás —aseguró la abuela—. Es una lástima que rompieras las