Page 108 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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doble tragedia, en la que Anjana debería sacar el corazón al Príncipe Azul y

               cocinarlo en un fuego terrible (lo cual, a ratos, no me parecía tan mala idea),
               sabíamos que en Muy Lejano no estarían tan tranquilos si fuera así y, sin
               embargo, no compartían información alguna al respecto con el Reino de la
               Imaginación Olvidada. Lo terrible era que tal hechizo desembocaba, se viera
               como se viera, en un final infeliz para mi querida Anjana.


               Cada año me costaba más despedirme de ella. Cuando cumplió trece y la dejé
               en el camino, me dio un abrazo tan cálido que no pude evitar quedarme viendo
               las puertas cerradas hasta el anochecer, en que un solitario jinete salió a todo
               galope en un magnífico corcel oscuro. Aquel porte no podía ser sino de un
               miembro de la realeza.


               A gran velocidad me oculté y lo vi pasar. No necesité retrato alguno para saber
               que se trataba, ni más ni menos, que del padre de Anjana. Lo seguí como pude,
               pues no era fácil mantenerle el paso, aunque sí fue sencillo ir tras su rastro
               gracias a las pisadas de su brioso corcel. A mitad del camino, no tuve que ir tras
               las pisadas, pues sabía con certeza a dónde se dirigía.


               En la bruma más espesa, a las faldas de la Montaña de la Desmemoria, y a un
               costado del descomunal tronco que albergaba la morada del elfo, se encontraba
               atado el corcel del rey. Me sentí herido, incluso un poco traicionado, al saber
               que las pláticas secretas que había sostenido esos años con Anjana no eran del
               todo secretas, pues, si no, ¿qué hacia su padre allí?


               Me acerqué con cautela, evitando que el corcel percibiera mi presencia —lo
               cual resultó bastante sencillo, dada mi condición espectral—, hasta la parte
               baja de la ventana, desde donde escuché la clara voz del rey y la pastosa del
               elfo:


               —Veo que los rumores corren rápido en este bosque desde hace algunos años —
               dijo el elfo con desgano—. Sí que es una bella amatista, estimado rey.


               —He cubierto tu precio, así que ya dime cómo parar esta locura —exigió el
               padre de Anjana. Por su tono, era obvio que no disfrutaba estar allí.


               —¡Oh, querido rey!, es una pena que mis invitados siempre deseen irse tan
               rápido de casa. Con lo solitario que suelo estar agradecería un poco más de
               compañía, de noticias sobre el mundo tras la bruma.
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