Page 35 - La otra cara del sol
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que hacer cien kilómetros en burro, no le importa.
A lo mejor todo eso le viene de su infancia. Su papá era tan estricto que no
parecía un papá, sino un capataz, casi que me lo imagino con un látigo en la
mano, echando fuego por sus ojos azules. Cuando papá era niño, al volver de la
escuela, tenía que ayudar a los trabajadores en sus tareas. Papá sabía arrear
mulas, encerrar los terneros, limpiar los instrumentos de labranza y muchas
cosas más. Su mamá era una mujer muy morena y arrogante, que se colgaba al
cuello sus morrocotas² de oro y se sentaba en un enorme sillón a dar órdenes a
sus empleados domésticos. Era como su marido, dura con sus hijos. La conocí
cuando ya estaba muy enferma. Nunca he podido olvidar su mirada altiva y su
actitud indiferente con nosotros, nada que ver con la abuela Flora.
¿De dónde habrá sacado papá esa curiosidad por todo si de niño jamás salió de la
hacienda de sus padres? ¿De dónde su capacidad de amor si nadie en su infancia
le dio ternura?
Esa noche, en un cuaderno escolar, escribí un poema a papá y otro a mamá. Pero
¿cómo iba a saber si de verdad eran poemas si otra persona no los leía?
Releí los poemas de Neruda. Definitivamente tendría que buscar el dibujo de una
alcachofa para saber por qué dice: “La alcachofa de tierno corazón se vistió de
guerrero”, y según lo que dice el poema, lo único que uno se puede comer es su
corazón.
Y cómo ver las cebollas como antes, después de leer lo que dice Neruda:
...pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío...
Y pienso que a mamá le habría encantado leer la “Oda al sol”, ella que lo quería