Page 39 - La otra cara del sol
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—Para que no tengas que buscar más.
Lo desenvolví con prisa. Ahí estaban las Odas elementales y Los versos del
capitán, el libro que Alicia no me quiso prestar porque según ella no era para
niños.
—Mamá dice que uno puede leer poemas de amor a cualquier edad —sentenció
Ismael mirando a papá, como excusándose por haberme regalado ese libro.
Mi corazón latía a mil. Me daba la impresión de que todos iban a oír el ruido de
tambor que había en mi pecho.
—Gracias —balbuceé a Ismael.
El almuerzo fue muy alegre y no sé por qué yo sentí como la presencia de mamá
entre nosotros y ¡me dije que daría todo en el mundo por echarme en sus brazos!
Y antes de que pudiera evitarlo se me escapó un sollozo.
Todos me miraron sorprendidos.
—Perdón —dije poniéndome colorada—, sentí que mamá estaba aquí...
Me arrepentí enseguida de haberlo dicho porque los ojos verdes de papá se
ensombrecieron y mis hermanos se quedaron mudos.
—Pues no deberías llorar, Jana —dijo Ismael y agregó—: porque es maravilloso
que sientas su presencia, porque ella está aquí, en tu corazón y en el de todos
ustedes, también en el mío. ¿Sabes? Papá siempre está conmigo. Allá en casa
arreglamos un cuarto con todos los muebles de su oficina y es ahí donde mamá
lee y escribe y es ahí donde yo leo y hago mis deberes; es allí también donde me
refugio cuando no sé encontrar la solución a un problema, entonces le hablo a
papá y siempre hay un signo que me encamina a la solución: unas líneas
subrayadas por su mano en un libro, un cuadro, un objeto o su voz que resuena
en mis oídos. Lo importante es saber mirar alrededor, pero también saber mirar y
escuchar su corazón.
—Dios mío, Ismael, ¡hablas como un viejo! —exclamó papá.
—La abuela me dice que nací viejo —sentenció Ismael riendo.