Page 41 - La otra cara del sol
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Al entrar a casa, luego de la partida de Ismael, Coqui y el Negro me amargaron

               la vida diciéndome que si estaba triste porque mi novio se había ido, etc., etc. Ni
               siquiera les respondí, no tenía ganas de pelearme con ellos. Sí, estaba triste, no
               por que Ismael se hubiese ido, por qué estarlo si iba a verlo al día siguiente, sino
               porque sentía que algo de mí partía irremediablemente, lo que me quedaba de
               infancia, tal vez.


               En la noche lloré hasta quedarme dormida. ¿A quién podía hablar de todo eso?,
               ¿a quién? Tatá, como siempre, anda con las grandes. Papá tiene ya bastantes
               preocupaciones como para hacerse cargo de las mías. Fanny me oiría, pero no
               podría ayudarme a aclarar lo que me ocurría.


               Al día siguiente, Ismael se apareció en casa con su mamá, que traía todo lo
               necesario para enseñarle a papá a hacer un arroz con coco. Fue una tarde
               maravillosa, nos reímos mucho. Papá había volado al mercado para comprar
               pescado. Esa noche cenamos a lo costeño: arroz con coco, pescado frito,
               plátanos fritos, y hasta un poco de refajos y nos desternillamos de risa cuando
               José y Monona se levantaron de la mesa tambaleándose. Me pareció que hacía
               un siglo que no nos divertíamos tanto.


               Cuando ya muy tarde, Ismael y su mamá se despidieron, flotaba en nuestra casa
               un nuevo aire. Me parecía que había en cada uno de nosotros un poco más de
               paz. ¡Cómo pude llorar tanto la noche anterior!


               La víspera de la partida de Ismael, él y su mamá se despidieron invitándome a la
               costa para las vacaciones de fin de año. El corazón me dio un vuelco. ¡Ir al mar!
               ¡Dios mío, si eso fuera posible! No dije nada porque me parecía que era un
               sueño que nunca iba a realizar; papá no tendría con qué comprarme el pasaje en
               avión y además me diría que sería injusto con todos mis hermanos. Alcancé a
               escuchar como en la lejanía la voz de papá:


               —Gracias, son muy amables, sé que a Jana le encantaría ir, pero los tiempos son
               difíciles, ya veremos...


               Ya veremos quería decir que había una esperanza. Seguí sin decir nada. Me
               despedí en silencio de Ismael y de su mamá. Me daba la impresión de que si
               hablaba me iba a echar a llorar. Ismael era la persona que más me comprendía
               y era la que estaba más lejos.


               —Espero que nos mande su libro apenas lo publique —dijo papá a Mara.
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