Page 45 - La otra cara del sol
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mamá; es amorosa y paciente, el único defecto que le veo es que sigue viéndome
como una chiquita y ¡estamos en el mismo curso!
Últimamente, la señorita Elvira no deja de visitarnos. Nos trae frutas de su finca
y a veces pandequesos7 hechos por su mamá, una señora muy viejita que se me
parece a un personaje de los dibujos animados. Son los pandequesos más
deliciosos de la tierra, hasta Monona, que es tan difícil con la comida los adora.
La señorita Elvira envuelve aparte unos pandequesos en papel aluminio y se los
da a Fanny para que se los guarde a papá.
Tatá me dice que esas atenciones le parecen sospechosas.
—¿Por qué?, ¿qué hay de malo? —le pregunté ingenuamente.
—Pero si serás tonta. ¿Acaso no ves que se derrite en atenciones con papá?
Seguro que lo quiere pescar.
Sentí como si me hubiesen dado un mazazo en la cabeza y exclamé:
—¡Ah, no! ¡Eso sí que no!
Tatá me miró asombrada.
—Cálmate, no es para tanto —me dijo.
No le repliqué; me fui a nuestro cuarto, tomé un libro y me tiré en mi cama
haciéndome la que leía. No se me había ocurrido jamás que alguna mujer
pudiese interesarse en papá. ¡Qué estúpida había sido! Ahora me venían a la
memoria retazos de las conversaciones de la señorita Elvira o, más bien, de sus
consejos, porque no eran otra cosa: “Tienen que cuidar a su papá”, “Tienen que
consentirlo”, “Un hombre así no se encuentra en todas partes”.
Recordé también que mi profesora de inglés en el colegio me dijo un día: “Qué
buen mozo es tu papá, Jana”.
Ahora lo veía todo claro. Comprendí por qué de vez en cuando me preguntaba
por papá y cuando iba a haber una reunión de padres me decía: “¿Va a venir tu
papá?”.