Page 48 - La otra cara del sol
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—La primera del colegio, querrás decir —le dije con un poco de burla.


               —¿Y tú? —me preguntó la tía Dorita.


               —¿Yo? Yo soy la segunda o la tercera o la cuarta. En todo caso, no la primera.


               —Eso no importa. Lo que cuenta es que aprovechen la educación que les dan.


               —¡Ah, no! No nos vas a dar un sermón como papá: “La educación es la mejor
               herencia que los padres pueden dejar a los hijos” —le dije imitando a papá.


               —No te burles, Jana, porque es la verdad —me replicó mientras me jalaba una
               oreja.


               Al fin logramos que nos hablara de lo que más nos interesaba: ella, su vida, su
               pasado, mamá, los abuelos, la tía Albita. Al cabo de un buen rato nos caíamos de
               sueño, y papá, que parecía adivinarlo todo, vino a decirnos que ya era hora de
               dormir y dejar a la tía tranquila.


               Tenerla en casa era como tener un pedazo de mamá. Todas las mañanas, a pesar
               de las protestas de papá, era ella quien nos hacía el desayuno. Nos preparaba
               huevos revueltos, arepass con queso y chocolate, con canela y clavos de olor; o
               nos asaba plátanos y nos los rellenaba con chicharrones; o nos hacía calditos con
               carne y con papa. Y aunque Fanny cocina muy bien lo que nos hacía la tía Dorita
               nos sabía mil veces mejor. Fanny entretanto se ocupaba de Mao y de Gabriel,
               que le habían tomado mucho cariño. Fanny, en el fondo, sigue siendo una niña,
               porque le encanta jugar, y para ello no desperdicia ninguna oportunidad; es igual
               con José y Monona, no le importa jugar con carritos o vestir y desvestir

               muñecas. Es como si viviera en la adolescencia la infancia que no tuvo.

               Le dije a la tía Dorita que Fanny soñaba con ser modista.


               Pues cuando Albita venga podrá darle unas clases —me dijo muy naturalmente.


               —¿Va a venir la tía Albita? —preguntó Tatá con incredulidad.


               —Es posible. Ella tiene muchas ganas de venir, Ramiro no quiere dejarla. Dice
               que cuando su mujer no está se muere de aburrimiento, y que además tiene que
               aguantar las cantaletas de su suegra.
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