Page 47 - La otra cara del sol
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rasgadísimos —dijo papá muy serio.


               —Es porque se parece al presidente de China —intervino Tatá riendo.


               —Y el otro, ¿cómo se llama? —preguntó Monona con su voz de pajarito.


               —Gabriel —respondió Tatá—, y según la abuela es lindo como un ángel, por
               algo lleva semejante nombre.


               Me puse a contar los días que faltaban para la llegada de la tía Dorita. La espera
               me pareció tan interminable que el día que se acabó tuve un verdadero sobresalto
               cuando tocaron a la puerta. La vi aparecer con William, alias Mao, de una mano,
               y un arcángel, de la otra, seguida por papá, que arrastraba una enorme maleta.


               Locos de alegría por poco tiramos a la tiita al suelo; definitivamente esta siempre
               ha sido la manera de expresar nuestro amor a la vista de las personas que vienen
               a nuestra casa. A causa de nuestro alboroto, el arcángel se puso a llorar y Mao a
               hacer mala cara.


               Una vez calmados la algarabía, los abrazos y los besos, les hicimos sentar, les
               dimos refrescos y poco a poco Mao y Gabriel fueron sintiéndose en confianza.
               La tía Dorita nos examinó uno por uno sin dejar de exclamar que habíamos
               crecido un montón.


               Papá sonreía y miraba a la tía con mucha dulzura. Ya no se atrevía, como antes, a
               hacerle bromas, a hacerle cosquillas hasta que le saltaran las lágrimas de la risa,
               como lo hacía cuando mamá vivía.


               Por la noche, cuando ya había acostado a sus niños, la tía Dorita vino a vernos a
               nuestro cuarto. Nena y Monona ya dormían. Tatá y yo saltamos a su cuello.


               —Mis niñas —pronunció con voz temblorosa.


               Tuve miedo de que se pusiera a llorar, pero recordé, que al igual que mamá, no
               era llorona. La hice sentar en mi cama.


               —¿Qué tal el colegio? —nos preguntó.


               —Muy bien —contestó Tatá—. Soy la primera de la clase.
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