Page 42 - La otra cara del sol
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—¡Claro que sí! —respondió ella a la vez que nos decía adiós con la mano.
Por la noche, después de la comida, papá me dijo que quería que leyésemos
juntos Los versos del capitán. No me hice de rogar. Luego de buscar el libro, me
senté en el sofá al lado de papá, que me rodeó con sus brazos mientras yo leía.
Tatá se sentó a nuestro lado. No quería que ese momento se terminara y creo que
papá y mi hermana sentían lo mismo que yo.
TRES SEMANAS DESPUÉS recibimos el libro de poemas de Mara. Papá lo
hojeó primero, se detuvo en una página y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Es triste? —le preguntó Tatá.
—Sí, al menos este poema. Habla de don Silvestre.
Papá siguió hojeando el libro y de pronto dijo:
—Hay dos poemas dedicados a Ismael y uno... a ti, Jana.
Casi arranqué el libro de las manos de papá. Ahí estaba mi nombre bajo el título
del poema “Pequeño corazón”, a Jana. Su poema me describía en ese día lejano
y cercano de la partida de mamá.
Lo leímos los tres en silencio, Tatá me agarró de la mano y papá suspiró
dolorosamente.
—Es muy hermoso. ¿Ves, Jana? Ya empiezas a aparecer en los libros —dijo
papá palmeándome la mejilla.
Sin darnos cuenta fuimos leyendo todo el libro que terminaba con un poema
alegre y fresco que hablaba de un rincón de cafetales y guaduales.6
Papá dijo que teníamos que escribirle para felicitarla y desearle muchos éxitos
con su libro. Enseguida hicimos una pequeña carta en la que cada uno escribió lo
suyo.
Yo puse: “Tu libro estará junto a los de Neruda porque son los que están en mi
corazón”.