Page 37 - La otra cara del sol
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realmente me interesan. En el colegio mis amigas más cercanas se llaman,

               ambas, María, pero nunca he podido hablarles de lo que me gusta leer, nunca les
               he dicho cuánto adoro sentarme a contemplar el atardecer, como este que me
               recuerda a mamá. No les cuento tampoco lo que pasa en casa, de las dificultades
               económicas de papá, lo que Tatá y yo sufrimos a fin de mes de solo pensar que
               papá no tenga para pagar la pensión del colegio. Cómo voy a comentar
               semejantes cosas en un sitio donde todo el mundo tiene dinero, donde nadie,
               como Tatá o como yo, tiene que esperar semanas y meses para tener un par de
               zapatos nuevos; cualquier cosa que necesitemos o deseemos es un artículo de
               lujo que se nos vuelve inaccesible.


               Si no fuera por Tatá y Coqui, que son capaces de inventar y de transformar lo
               imposible, andaríamos todos como retratos, luciendo los mismos trapos de hace
               años. Tatá sabe coser y nadie le ha enseñado; le bastó observar a mamá cuando
               cosía. Tatá transforma vestidos en faldas, faldas en pantalones, pantalones en
               shorts, etc. Coqui con sus manos de oro confecciona correas, repara zapatos,
               hace collares y nos fabrica bolsos. La gente apenas cree que siendo aún pequeño
               pueda hacer esas maravillas. Todo eso me encanta, porque la verdad es que no
               quiero parecerme a nadie. Me acuerdo de la vez que la señorita Elvira se bajó de
               su jeep echando pestes. Cuando papá le preguntó qué le pasaba le respondió:


               —Voy enseguida a volver trizas este vestido. Figúrese usted que me encontré
               con cuatro mujeres que ¡llevaban el mismo!


               Todos soltamos la carcajada y miramos con detenimiento su vestimenta que era
               exageradamente llamativa: una blusa naranja y una falda escocesa, azul y
               naranja.


               A lo mejor con ese deseo de ser diferente me parezco a la abuela. Ella jamás se
               ha vestido como una “señora”, al menos no como una señora mayor. ¿Por qué se
               visten las mujeres con trajes tan serios? ¿Por qué cuando se casan se vuelven tan
               “señoras”?


               A veces, cuando miro las fotos amarillentas del álbum familiar, donde aparece
               mucha gente que nunca conocí, contemplo los vestidos de las mujeres, los
               encajes que lucen, los sombreros, y siento que me fascina más la moda del
               pasado que la del presente. Trato de imaginarme los trajes, las capas, “las

               pellizas”3 de los libros de Dostoievsky. Cómo me gustaría tener una capa larga
               con una gran capucha y envolverme en ella...
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