Page 56 - La otra cara del sol
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lo aceptara, tienes que pensar que no puedes perder ninguna materia en el
colegio.
Era cierto, no había pensado en ese detalle. No podía perder nada porque si no
tendría que volver a presentar el examen y había que prepararlo y... El mundo se
me vino abajo. Definitivamente estaba condenada a meterme en la cabeza en un
mes todo lo que habíamos visto en un año, pobre de mí.
No tuve vida hasta que no llegó papá de su consultorio. Le mostré la carta
temblando.
—Cómo te quiere esa familia —dijo cuando terminó de leerla, y como vio la
desazón en mi rostro, añadió—Ya veremos, Jana, no me gusta eso de que te
paguen el pasaje.
—Pero es su regalo de Navidad —repliqué.
—Un regalo muy costoso —contestó muy serio.
—Papá, me gustaría tanto ir...
—Ya veremos, hija, ya veremos.
Me consolé con su “Ya veremos” y decidí para mis adentros que iría, ¡fuera
como fuera, iría!
Me puse a estudiar como nunca lo había hecho. Tatá estaba asombrada, sobre
todo porque le parecía menos burra en matemáticas que de costumbre. Cuando
nos dieron el horario de los exámenes decidimos qué noches pasaríamos en vela
estudiando. Papá no podía ocultar su admiración. El mismo nos preparaba un
termo de café y nos compraba roscones rellenos de dulce de guayaba.
El primer examen era el de matemáticas. Tatá me había explicado todo lo
explicable; habíamos hecho cientos de ejercicios, resuelto decenas de problemas.
Dondequiera que posaba la mirada me daba la impresión de ver números, signos,
ecuaciones.
El famoso día del examen, al llegar al colegio vimos que las salas de clase
estaban arregladas de manera especial, los pupitres separados. Nos asignaron a
cada una nuestro lugar y nos dieron unas enormes hojas dobles, cuadriculadas.