Page 57 - La otra cara del sol
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La madre superiora, en persona, repartió los cuestionarios; mientras tanto me

               comí todas mis uñas. ¡Dios mío, si la abuela me hubiese visto! Tatá me lanzó una
               mirada tranquilizadora. Cuando la madre terminó de repartir los cuestionarios
               dijo:


               —Ahora, manos a la obra, a trabajar en silencio absoluto. Las preguntas están
               prohibidas. ¡Buena suerte!

               ¡Vaya si necesitaba que me deseara buena suerte! Leí el cuestionario y no

               entendí nada. Lo volví a leer más serenamente y mi cerebro fue aclarándose.
               Pensé en papá, que me había dicho en la mañana cuando me despedí de él:

               —Jana, no vayas a angustiarte, no te hagas un nudo; lee el cuestionario

               tranquilamente, trata de comprenderlo, concéntrate y no pienses que te va a ir
               mal.

               Bueno, no hice otra cosa sino seguir sus consejos. Al final, cuando terminé,

               sentía las mejillas encendidas y tenía la impresión de que casi me gustaban las
               matemáticas. Tatá ya había salido, se sentía feliz. Estaba dándoles explicaciones
               a María y a María, que creían haberse equivocado varias veces.


               —¿Qué tal, Jana? —me preguntó con cariño.

               —No sé. Al menos entendí todo el cuestionario —dije con una pizca de orgullo.


               —Eso ya es algo —exclamó la hermana Julia, la profesora de biología, que
               pasaba en ese momento por el corredor.


               La confianza que sentí en el examen de matemáticas se afianzó en los otros y el
               mes de noviembre, el latoso mes de noviembre, no se me hizo tan largo ni tan
               terrible. Coqui y el Negro parecían también satisfechos de sus pruebas. Nena ni
               se diga, Nena es Tatá bis.


               Los resultados llegaron: Tatá, como siempre, fue la primera en todo; yo no perdí
               ningún examen, ni siquiera el de matemáticas (la nota no fue nada brillante, pero
               suficiente para pasar); Coqui, el Negro, Nena y José también pasaron año. Papá

               dijo que él también lo había ganado porque sus hijos iban para adelante y que él
               también se merecía una medalla, y como si un resorte nos hubiera movido a
               todos a la vez nos precipitamos y lo besamos. Ese día, a pesar de que era sábado,
               papá nos hizo un maravilloso strogonoff. Al terminar la cena nos dijo que
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