Page 58 - La otra cara del sol
P. 58
íbamos a invitar a la tía Albita unos días en diciembre.
A todos nos parecía que el mundo no era sino felicidad. Hasta Fanny estaba
dichosa con la perspectiva de que la tía Albita le diera unas clases de modistería.
—Jana —dijo papá solemnemente—, te vi estudiar tan duro que creo que te
mereces tu viaje a la costa.
—Me puse roja como un tomate y me lancé a sus brazos.
—Bueno —dijo papá—, en enero Jana se va para la costa; Coqui y el Negro irán
donde la tía Dorita; Nena, José y Monona, donde la tía Albita, y... —papá se
puso misterioso— yo me llevaré a Tatá a las Islas de San Andrés.
Tatá se quedó muda mientras nuestros hermanos gritaban de felicidad, cada uno
encantado con su sitio de vacaciones.
—Pero, papá, ¿de dónde sacarás dinero para tanto viaje? —preguntó Tatá cuando
pudo articular palabra.
—No te preocupes, hija. He tenido bastante trabajo. Trabajos costosos. Tú sabes,
mucha gente con más seso que yo utiliza la prima de Navidad para arreglarse los
dientes. Además, y esto es un secreto, me gané un dinero jugando a los caballos
—nos dijo casi al oído a mi hermana y a mí.
—¿Ganaste mucho, papá? ¿Somos millonarios? —le pregunté.
Papá soltó la carcajada y me dijo que no éramos millonarios, pero que había
ganado lo suficiente para hacernos la mejor Navidad de nuestra vida y para
darnos unas buenas vacaciones.
Me sentí flotar, me sentí más rica que María y María, más que la pretenciosa de
Cristina, más que todas las niñas de mi colegio.
El día de la ceremonia de clausura en nuestro colegio, Tatá recibió la medalla de
excelencia y yo la de esfuerzo y aplicación, vaya que me la merecía. Papá
parecía un pavo real. Vi cómo lo miraba la profe de inglés. Se le iba la baba por
papá, pero a este lo único que le importaba en ese día eran sus hijas. La madre
superiora lo felicitó por tener “hijas tan aplicadas y prometedoras”.