Page 62 - La otra cara del sol
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Papá, que vio mi sorpresa, exclamó:


               —Es para que empieces tu vida de escritora.


               Había también una lindísima estilográfica, porque, según papá, todo escritor que
               se respete debe escribir con pluma estilográfica.


               Me sentí grande e importante. Me encantó que el libro de Dickens fuera tan
               gordo, así no lo acabaría muy rápido.


               Otro paquete contenía un vestido de ensueño, era el regalo de la tía Albita.
               Ahora comprendía por qué había una maleta que no había abierto desde que
               había llegado. En ella traía todo lo que había confeccionado para cada uno de
               nosotros: vestidos para las niñas, camisas para mis hermanos y para papá. A
               Fanny le había dado un corte de tela para que pusiera en práctica lo aprendido.
               Fanny recibió también de parte de papá una enorme caja donde encontró lápices,
               papel para los moldes, tijeras, tizas,9 un metro, hilos, agujas y alfileres y varias

               revistas de moda. Fanny, aunque no tenía su eterno delantal, hacía el mismo
               ademán estrujando su vestido dominguero. Estaba feliz.

               La verdad era que todos estábamos contentísimos con nuestros regalos. Tatá y yo

               sabíamos que era la primera y tal vez la única Navidad en la que seríamos tan
               mimados.

               Papá nos hizo reír exhibiendo el regalo que entre todos le habíamos dado: un

               delantal y un gorro de cocina blancos, como los de los chefs, que la tía Albita
               había hecho.


               Ella fue la última en abrir sus regalos: dos cajas pequeñas envueltas en papel
               dorado. En una había un par de aretes de oro con chispas de esmeralda; en otra,
               unas peinetas de carey que seguramente se verían preciosas en su magnífica
               cabellera. La tiita estaba emocionada hasta las lágrimas.


               Nos fuimos a la cama tardísimo, sin sospechar siquiera que aún nos faltaba un
               maravilloso regalo, el mejor de todos. Al otro día desayunamos a la hora del
               almuerzo y por la tarde los pequeños salieron a la calle, como todos los niños, a
               exhibir sus regalos. Nos acostamos temprano por la noche, pues todos
               necesitábamos dormir. Al despertarme en la mañana oí una voz y pensé que
               estaba soñando, pero pronto me di cuenta de que no era así. Me senté de un salto
               en la cama. Entonces la vi en la puerta, ya iba a gritar de felicidad, pero ella me
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