Page 61 - La otra cara del sol
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nuestro andén para admirar desde la ventana nuestro árbol tan original. El pie del

               árbol empezó a llenarse de regalos. Cada día, papá y la tía Albita ponían
               paquetes. Cuando Monona preguntó por qué los ponían ellos si era el Niño Dios
               el que los traía, papá contestó que la noche de Navidad el Niño Dios estaría muy
               ocupado y que por eso los iba dejando a los papás el trabajo para que no le
               tocara tan pesado el veinticuatro. Monona pareció satisfecha con la respuesta y
               como todos nosotros, trataba de adivinar lo que contenía cada paquete.


               Hace días, papá se apareció con un enorme pavo que amarró de una pata en el
               patio. Esa iba a ser nuestra cena navideña. Miré con lástima al pobre animal que
               no podía imaginarse la suerte que le esperaba.






               EL VEINTICUATRO POR la mañana, el pavo yacía inerte en el lavadero y
               Fanny hervía agua en la olla de los caníbales, la que utiliza papá cuando nos
               hace el almuerzo a la orilla del río. Cuando el agua estuvo lista, la tía Albita y
               papá lo sumergieron en ella y Tatá, Coqui y yo lo desplumamos. Luego, papá me
               pidió que le ayudara a deshuesarlo. Tomó su navaja suiza y empezó una tarea
               que duró como dos horas. Al final, no quedó sino la piel. Papá retiró toda la
               carne de lo huesos y la cortó en trocitos, la adobó, le puso aceitunas y uvas
               pasas; rellenó el pavo con todo eso, le cosió la panza y lo metió al horno. Los
               olores que salían de la cocina eran tan deliciosos que no veíamos la hora de
               sentarnos a la mesa.


               Papá no hacía las cosas como los demás; esa cena, por ejemplo, no era típica de
               nuestro país, pero él, que adoraba las costumbres propias también le gustaba
               mirar afuera.


               La cena fue maravillosa. El pavo, dorado, brillaba en el centro de la mesa. Ese
               día, todos tuvimos derecho a tomar un poco de vino.


               Después llegó la repartición de los regalos. Nuestra sala se llenó de papeles
               multicolores y exclamaciones de alegría. Monona abrazaba con adoración la
               muñeca de largos bucles, que decía mamá. José no se cansaba de admirar su
               carro de bomberos mientras se aferraba a los otros regalos aún sin abrir.


               Yo encontré en mis paquetes un hermoso traje de baño rojo, un par de sandalias,
               dos conjuntos short y camiseta, David Copperfield, de Dickens, y un gran
               cuaderno de pastas duras y borde dorado con mi nombre impreso en la cubierta.
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