Page 53 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
P. 53
—Es temprano. Estaba en el parque.
—Ya sabes que no me gusta que vayas allí. Esta lleno de vagos.
—No pasa nada. No te preocupes.
—Si te digo que está lleno de vagos es la verdad. ¿O piensas que soy un
mentiroso? ¿Eso es lo que estás tratando de decirme?
—Piensa lo que quieras.
De inmediato se levantó, lo tomó de la camisa y le dijo:
—¡A mí no me hables así! ¿Qué te estás creyendo, eh? ¡Soy tu padre,
cabroncito!
—¿De veras? —espetó con sorna.
La mano derecha se agitó en el aire: una bofetada que le rajó el labio inferior. Un
hilo de sangre brotó. Al ver la sangre, el padre contuvo su ira y preguntó:
—¿Estás bien?
—Déjame. No me toques.
Eduardo se marchó a su habitación. Con la lengua repasó la herida. Se paró justo
en la ventana, otra vez con la mirada perdida.
Dejó que la sangre fluyera libre. Sintió correr el hilillo bajo el mentón. “Ojalá se
me saliera toda”, pensó. Alguien lo observaba desde la oscuridad de la casa
vecina. Lloró en silencio, sin sollozos. Se limpió las lágrimas con el dorso de la
mano, apenado, y miró al frente. Notó que el muchacho levantaba las manos y
las tenía ensangrentadas.
Al día siguiente fue a la tienda a comprar una bolsa de frituras y un refresco de
dos litros. Planeaba pasarse la tarde encerrado en su cuarto, hojeando revistas
manga, que compraba a escondidas de sus padres (le exigían leer libros
formativos, aunque ellos jamás tomaban uno). Tenía al menos diez números por