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GUERRA  CIVIL  II


           genes,  a  que  defiendan  a  la  comunidad  con  no  menos
           serenidad  y  valentía  que  habían  demostrado  al  combatir
           anteriormente,  abordan  los  navios.                4  Porque  es  una
           deformidad  común  a  la  naturaleza  humana  el  que confie­
           mos más —o nos consternemos de modo  exagerado— ante
           lo  imprevisible y desconocido, 7  según  entonces aconteció;
           porque  la  llegada  de  Lucio  Nasidio  había  colmado  a  la
           comunidad de la mayor confianza y resolución.                     5  Apro­
           vechando  un  viento  favorable,  la  armada  masiliense  deja
           el  puerto  y  hace  contacto  con  Nasidio  en  Tauroenta,8
           que  es  una  ciudadela  de  los  masilienses,  y  en  tal  sitio
           despliegan  sus  navios  y  nuevamente  reconfortan  su  brío
           para  la  lucha  y  cambian  impresiones  entre  sí.  El  ala
           derecha  de  la  flota  se  encomienda  a  los  masilienses,  la
           izquierda a  Nasidio.


              V.         1  Bruto se  orienta hacia la  misma localidad,1  con
           el  número  de  sus  navios  aumentado:  porque  a  aquellos
           barcos que habían sido construidos en Arleate 2  por César,
           se  agregaban  otros  seis  capturados  a  los  masilienses. 3  A
           estos últimos se les había reconstruido en los días anteriores
           y  se  les  había  armado  con  todos  sus  aparejos  de  guerra.
           2  Y  así,  reconfortando  a  los  suyos  para  que  desdeñasen
           vencidos  a  quienes  habían  vencido  incólumes,4  lleno  de
           optimismo  y  denuedo,  se  encamina  al  encuentro  del  ene­
           migo.       3  Resultaba  fácil,  desde  el  campamento  de  Tre­
           bonio y  desde todas las  prominencias  aledañas, 5  el  divisar
           la  ciudad,  donde  toda  la  juventud  que  había  permanecido
           dentro  de  la  plaza 6  y  todos  los  hombres  provectos  con
           los  niños  y  las  mujeres,  desde  los  puestos  de  mando  o
           desde  las  murallas,  tendían  las  manos  al  cielo  o  se  enca­
           minaban  a  los  templos  de  los  dioses  inmortales 7  y,  pos­
           trados  ante  sus  estatuas,  imploraban  la  victoria  a  las
           divinidades.8  4 Y no había nadie entre todos  que no esti­
           mara que, en el azar de aquel  día,  consistía la eventualidad
           de  su  suerte.       5  Porque  los  más  distinguidos  de  su  ju­
           ventud  y  los  más  ilustres  de  toda  edad  habían  abordado


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