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GUERRA  CIVIL  III

              X.          1  Hemos  dicho  ya  que  Vibulio  Rufo,  prefecto 1

           de  Pompeyo,  había  caído  en  poder  de  Cesar  dos  veces,
           y  había  sido  perdonado  por  éste,  primero  en  Corfinio, 2
           después  en  Hispania. 3            2  A  este  personaje,  merced  a
           los  favores que le  había hecho,  César lo  tenía  considerado
           apto  para mandarlo  con  mensajes  a  Cneo  Pompeyo,  pues
           se  daba cuenta  de  que el  mismo ejercía  influencia  en  éste.
           3  Era ésta la esencia de tales mensajes:  uno y otro debían
           acabar  con  su obstinación  y deponer  las  armas, sin  provo­
           car  más  a  la  fortuna. 4        4  Ya  eran  suficientes,  de  una
           y  otra  parte,  las  calamidades  experimentadas,  las  cuales
           podían  ser  tomadas  como  enseñanzas  y  experiencias para
           precaverse de otros infortunios:               5  Pompeyo había  sido
           desalojado  de  la  Sicilia  y  la  había  perdido,  así  como  la
           Cerdeña  y  las  dos  Hispanias y  ciento  treinta  cohortes  de
           ciudadanos  romanos  en  Italia  y  en  Hispania;  5  él,  César,
           había padecido la muerte de Curión, el desastre del ejército
           africano  y  la  rendición  de  Antonio  y  de  sus  soldados  en
           Curicta. 6       6  Por  lo  tanto,  por  ellos  mismos  y  por  la
           república,  debían  perdonarse,  pues  ya  eran  para  ambos
           bastantes  sus  anteriores  contrariedades,  como  lección  de
           cuánto  influye  la  fortuna  en  la  guerra.             7  Era  ésta  la
           única  oportunidad  de  tratar sobre  la  paz,  mientras  uno  y
           otro  confiara  en  sí  mismo  y  ambos  parecieran  iguales;
           pero  si  a  cualquiera  de  ellos  lo  ayudara  un  poco  más  la
            fortuna,  no  habría  de  contentarse  con  las  condiciones  de
           la paz aquel que se considerara superior, ni habría de quedar
           satisfecho  con  una  estipulación  equitativa  quien  confiara
           en  que  podría  disponerlo  todo.             8  Y,  puesto  que  hasta
           entonces ellos  no  habían podido  establecer  las  condiciones
           de  la  paz,  debían  solicitarías  en  Roma  del  senado  y  del
           pueblo. 7       9  Era  en  interés  de  la  república  y  de  ellos
           mismos  convenir  en conformarse  con  lo susodicho.  Si  uno
           y  otro,  en  una asamblea  pública,  jurasen  a un  tiempo  que
           en  los tres  días  siguientes  habrían  de licenciar  sus respec­
           tivos  ejércitos,  deponiendo  las  armas  y  los  recursos  en

           los que ahora confiaban, necesariamente uno y  otro habría


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