Page 309 - Guerra civil
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GUERRA  CIVIL  III


           dicho, como debía hacerlo en aras de su seguridad y de la de
           todo el mundo, y fue escuchado en silencio por unos y otros
           soldados.       4  Se  le  respondió,  desde  el  otro  lado,  que
           Aulo  Varrón3  se  comprometía  a  comparecer,  al  día  si­
           guiente,  a  una  entrevista,  a  fin  de  que  en  ella,  juntos
           uno y  otro,  se  encontrara  un  modo  seguro  de  que  concu­
           rrieran  legados  y  pudieran  exponer  lo  que  les  plugiese.
           5  Habiéndose presentado el aludido al  día  siguiente,  llegó­
           se con él, de uno y otro ejército, una multitud enorme, pues
           era  grande  la  expectativa  sobre  el  asunto  y  todos  los
           ánimos  parecían  propensos  a  la  paz.               6  De  tal  turba­
           multa,  surge  Tito  Labieno  y,  con  palabras  humildes,  em­
           pieza a  hablar y  a discutir  de la paz  con Vatinio.                7  De
           repente, interrumpen  la  plática  en  pleno  proyectiles  arro­
           jados  de todas  partes,  que  Labieno  evitó  cubierto  por  los
           escudos  de  los soldados;  resultaron,  sin  embargo,  muchos
           heridos,  entre ellos  Cornelio  Balbo, 4  Marco  Plotio, 5  Lu­
           cio Tiburcio 6  y  algunos centuriones  y  soldados.                8  En­
           tonces Labieno dijo:  “Dejad ya de hablar de arreglos, pues
           para  nosotros  no  puede  haber  paz  alguna  sino  con  la  ca­
           beza  de  César  de  por  medio." 7



              XX.           1  Por  aquella  misma  época,1  el  pretor Marco
           Celio  Rufo, 2  tomando  a  su  cargo  la  causa  de  los  deu­
           dores,  desde  el  comienzo  de  su magistratura, estableció  su
           tribunal  junto  a  la  silla-curul  de  Cayo  Trebonio,3  el
           pretor urbano, y, si alguien quería apelar 4 contra el avalúo
           y  la  resolución  que  se  hubieran  efectuado  mediante  arbi­
           traje  —como  lo  había  dispuesto  César,  estando  en  la
           capital,8  él  prometía  que  habría  de  apoyar  tal  demanda.
           2  Pero  resultaba  que,  gracias  a  la  equidad  del  decreto
           correspondiente  y  a  la  benignidad  de  Trebonio,  que  esti­
           maba  que  en  los  tiempos  que  corrían  debía  aplicarse  el
           derecho con clemencia  y moderación, no podía  encontrarse
           a  nadie  que  iniciara  la  acción  de  apelar.              3  Pues  es,
           quizás,  de  ánimo  sin  duda  mezquino  el  excusarse  con  la
           indigencia,  el  deplorar  ya  la  propia  calamidad,  ya  la  de


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