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GUERRA  CIVIL  III


           ligera,  así  como  acercando  su  artillería  y  no  era  fácil
           a  los  nuestros  combatir  y  zapar  a  un  mismo  tiempo.
            4  César, viendo que los suyos resultaban heridos por todas
            partes,  ordena  retirarse  y  dejar  aquel  sitio.  La  retirada
            se  realizaba  a  lo  largo  de  un  declive.            5  Entonces  el
            enemigo  se  ensañó  con  mayor  porfía,  sin  permitir  a  los
            nuestros  el  regresar,  porque  les  parecía  que  abandonaban
            la  posición  acicateados  por  el  temor.            6  Se  cuenta  que
            en  tal  oportunidad  Pompeyo  dijo  a  los  suyos  que  “no
            negaría confesarse un  general  de pacotilla  si  las  legiones1
            de César no se retiraban con  el mayor menoscabo de donde
            habían avanzado temerariamente,,.


               XLVI.         1  César, recelando a  propósito  de la retirada
            de  los  suyos,  ordena  que  sean  llevadas  al  extremo  de  la
            golina,  frente al enemigo, y colocadas contra éste, estacadas,
            y  que  sea  construida,  dentro  de  las  mismas,  por  los  sol­
            dados  encubiertos,  una  fosa  de  regular anchura,  así  como
            obstaculizar  el  sitio  por  todas  partes,  del  modo  mejor
            posible.      2  Él,  personalmente,  da  instrucciones  a  sus
            hombres,  situándolos  en  lugares  adecuados,  para  que  se
            encarguen  del  apoyo  de  los  nuestros.  Efectuado  esto,  or­
            dena  que  la  legión  se  repliegue.             3  Los  pompeyanos,
            ante esta circunstancia, empezaron a presionar y a apremiar
            a  los  nuestros  del  modo  más  inaudito  y  osado  y  echaron
            abajo  las  empalizadas  construidas como  fortificación,  para
            poder  pasar  las  fosas.           4  Al  advertir  lo  cual,  César,
            temiendo  que  los  suyos  no  pareciesen  retirarse  sino  ser
            puestos  en fuga y  que el  daño  resultase,  por ende,  mayor,
            exhortando a  los soldados por  boca  de Antonio,  que  man­
            daba  aquella legión,  aproximadamente  a  mitad de  la  pen­
            diente  ordena  dar,  con  el  clarín,  la  señal  de  acometer  al
            enemigo.        5  Los  hombres  de  la  legión  novena,  puestos
            inmediatamente  de  acuerdo,1  arrojaron  a  un  tiempo  sus
            lanzas  y,  desde  su  posición  inferior,  precipitándose  en
            carrera  acelerada  colina  arriba,  arremetieron  contra  los
            pompeyanos y los obligaron a volver las espaldas,  siéndoles


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