Page 373 - Guerra civil
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GUERRA  CIVIL  III

              LXVIII.          1  Pero  la  fortuna,1  que  tanto  puede  en
           todas  las  cosas,  y  muy  principalmente  en  la  guerra,  de
           pequeñas causas produce  grandes  transformaciones, según
           sucedió  entonces.          2  La  fortificación  que,  según  arriba
           dijimos, unía  el campamento  al  río,  fue  seguida  por  el  ala
           derecha  de  César,  merced  a  la  ignorancia  del  sitio,  al
           buscar  una  puerta  del  campamento  y  creer  que  lo  era
           esa  trinchera.        3  Cuando  advirtieron,  desbaratando  la
           palizada,  por  no  protegerla  nada,  pasaron  encima  de  ella
           y  nuestra  caballería  siguió  a  esas  cohortes.



              LXIX.  1  Entre  tanto,  Pompeyo,  después de  una  dila­
           ción  bastante larga,  y habiéndosele notificado  la  situación,
           envió  en  refuerzo  de los  suyos  cinco  legiones 1  que  sus­
           trajo  de  las  obras;  al  mismo  tiempo,  su  caballería  se
           acercaba  a  nuestros  jinetes,  y  era  distinguida  por  los
           nuestros,  que  habían  ocupado  el  campamento,  la  hueste
           enemiga,  en  orden  de  batalla,  y  entonces  todo,  de  impro­
           viso,  cambió.         2  La  legión  de  Pompeyo,  reconfortada
           con  la  esperanza  de  un  inminente  refuerzo,  trataba  de
           resistir  en  la  puerta  decumana, 2  y  desde  allí  asaltaba  a
           los  nuestros.  La  caballería  de  César,  que  ascendía  por  las
           construcciones  a  través  de  un  angosto  camino,  temiendo
           por  su  retirada,  realizaba  un  comienzo  de  fuga.                 3  El
           ala  derecha, que  se  hallaba  cortada  de  la  izquierda,  advir­
           tiendo  el  pánico  de  los  jinetes,  para  que  no  fuese  a  ser
           dominada dentro de la  fortificación, se retiraba por aquella
           parte  que  ella  misma  había  desbaratado,  y  muchos  de  sus
           elementos,  para no  caer en la  estrechez  del  sitio,  se preci­
           pitaban  desde  las  palizadas  al  foso,  de  una altura  de  diez
           pies,3  y  después  de que los  primeros  eran  empujados  por
           los  restantes,  éstos  encontraban  una  salida  y  su  salvación
           a  través de los cuerpos de aquéllos.              4  En el ala izquier­
           da,  al  ver desde  las  palizadas  presente a  Pompeyo,  y  huir
           a  los  suyos,  temiendo  ser  encerrados  en  la  estrechez  del
           campo,  pues  estaba  el  enemigo  fuera  y  dentro  del  mismo,
           buscaban la  retirada por lugar idéntico a  aquel  por  el  que



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