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GUERRA  CIVIL  III


           inmediaciones  de  Tesalia  y  frente  por  frente  de  ella,  se
           reunió  con  César,  que  venía  en  su  búsqueda.



              LXXX.          1  Reunido  todo  el  ejército,  César  llegó  a
           Gonfos,1  que  es  la  primera  ciudad  que  se  encuentra
           viniendo  del  Epiro; 2  cuya población,  pocos  meses  antes,
           había  enviado,  espontáneamente,  embajadores  a  César,  a
           fin de que dispusiera de todos sus recursos, y de solicitarle
           una  guarnición  de  soldados.             2  Pero  ya  había  llegado
           antes  a ella  el  rumor  a  que arriba aludimos, 3  a  propósito
           de  la  batalla  de  Dirraquio,  el  cual  era  desproporcionado
           en  muchos de sus puntos.             3  Y así, Andróstenes,4  pre­
           tor  de  Tesalia,5  prefiriendo  ser  solidario  de  Pompeyo
           en la  victoria que  de  César  en  las contrariedades, juntó  en
           la  ciudad  a  toda  una  multitud  de  esclavos  y  de  personas
           libres de los campos aledaños y cerró sus puertas, enviando

           emisarios  a  Escipión  y  a  Pompeyo  para  que  acudieran
           eri su auxilio, advirtiéndoles que él confiaba en las defensas
           de  su  ciudad  si  se  le  socorría  prestamente,  pero  que  no
           podía sostener un sitio prolongado.               4  Escipión,  habién­
           dose  enterado  de  la  separación  de  Dirraquio  por  parte
           de  los  ejércitos  en  pugna,  había  llevado  sus  legiones  a
           Larisa;  6  Pompeyo aún no se acercaba a Tesalia.                    5  Cé­
           sar,  después  de  instalar  su  campamento,  mandó  que  se
           aplicaran  escalas y músculos 7  y que  se  prepararan  empa­
           rrillados, 8  para un asalto repentino a  la ciudad.                6  He­
           cho lo cual, exhortando a  sus  soldados, les hizo ver cuánto
           provecho  había,  para aliviar  su  carencia  de  todo,  en  apo­
           derarse de  una  plaza  rebosante  y  opulenta,  y  en  imponer,
           a  la  vez,  el  terror,  con  el  ejemplo  de  esta  ciudad,  a  las
           demás comunidades.             7  Y  así,  aprovechando  el  singular
           arrojo  de  sus  soldados,  el  mismo  día  en  que  llegó,  hacia
           la hora  nona, 9  empezando a  asaltar  la  plaza,  de murallas

           muy  altas,  la  tomó  antes  del  ecrepúsculo  y  la  entregó  al
           saqueo  de  sus  soldados  y,  al  punto,  cambió  su  campa-


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